En Estados Unidos se puede conquistar la presidencia siendo un admirador de la Rusia de Vladimir Putin, pero si un político se atreve a criticar abiertamente a Israel todo se vuelve mucho más difícil, como demuestran las tribulaciones del congresista Keith Ellison. Desde que se postuló para presidir el Partido Demócrata, huérfano de liderazgo desde la derrota de Hillary Clinton en las presidenciales, el primer musulmán en llegar al Congreso está siendo objeto de una caza de brujas por sus posiciones respecto al Estado judío. El desenlace es importante porque está en juego el alma de la formación. Ellison representa al ala más progresista del partido, la que se alió con el socialdemócrata Bernie Sanders durante las primarias, y enfrente tiene a varios candidatos del aparato clintoniano.

Incluso para los estándares estadounidenses, Ellison no es un ‘radical’ en sus posiciones sobre Oriente Próximo. Apoya la solución de los dos estados, se opone a la campaña internacional de boicot contra el Estado judío y se declara “pro-Israel”, hasta el punto de que habla casi todos los años en la reunión anual del principal lobi proisraelí en Washington, el AIPAC. Pero también ha condenado los asentamientos y la colonización de Jerusalén Oeste, en consonancia con la postura tradicional de la diplomacia estadounidense, así como la excesiva influencia israelí en la política exterior de su país en la región, algo que han expresado otras voces prominentes como el exjefe de la CIA David Petraeus.

EL CAJERO AUTOMÁTICO

“La política exterior de EEUU en Oriente Próximo está gobernada por lo que es bueno o malo para un país de siete millones de habitantes. En una región de 350 millones todo se limita a un país de siete millones. ¿Tiene sentido?”, se preguntó Ellison en un discurso en el 2010. En esa misma alocución se quejó de que los socios israelís ignoren continuamente las demandas para frenar la expansión de las colonias cuando reciben más de 3.000 millones de dólares anuales del contribuyente estadounidense en ayuda militar. EEUU, dijo, “no puede permitir que otro país nos trate como si fuéramos su cajero automático”.

Esa clase de pronunciamientos, unidos a las simpatías que mostró hacia la Nación del Islam cuando era universitario, y de las que más tarde se retractó, le han valido la condena de diversos grupos de presión, comentaristas y poderosos donantes demócratas, que tratan de impedir que se haga con las riendas del Partido Demócrata. “Son profundamente preocupantes y descalificadoras”, ha dicho la Liga Antidifamación refiriéndose a sus palabras. Mucho más allá ha ido el magnate judío Haim Saban, uno de los principales benefactores de la campaña de Clinton. “Si te fijas en sus posiciones pasadas, sus documentos, sus discursos o la forma en que ha votado, está claro que es un antisemita y un antiisraelí”.

EL PELIGRO DE CRITICAR A ISRAEL

Pero lo cierto es que Ellison cuenta con el apoyo de varios líderes del partido como el judío Chuck Schumer y organizaciones como J-Street, un lobi proisraelí moderado. “Es hora de que se retire el manual que trata de silenciar a cualquier funcionario estadounidense que se haya atrevido a criticar ciertas políticas del Gobierno israelí”, dijo J-Streetantes de definir a Ellison como un “campeón de las políticas proisraelís y favorables a la paz”. El hecho de ser musulmán, en plena efervescencia islamófoba, seguro que no le ayuda.

Desde el entorno demócrata, Roger Hickey reconoce que “es de algún modo peligroso criticar a Israel”. “Keith es un moderado desde hace mucho tiempo, no ha cruzado las líneas rojas, pero sus rivales están tratando de utilizar esa historia para derrotarle”, asegura en una entrevista el cofundador de Campaign For America's Future.