Durante mucho tiempo Steve Bannon fue el principal valedor de Donald Trump, el hombre que más creyó en su potencial presidenciable, una convicción que propagó a través de del portal Breitbart y en su activismo incansable entre las bases conservadoras y del Tea Party. Fue Bannon quien acabó de moldear el perfil populista, antiestablishment y nacionalista del candidato. Y fue también quien dirigió la campaña del republicano en su tramo final para ser posteriormente nombrado estratega jefe de la Casa Blanca. Aquella química, sin embargo, es ya historia. Trump ha renegado definitivamente de Bannon, después de que su mano derecha largara más de la cuenta en un nuevo libro que aborda los entresijos del primer año de presidencia del magnate.

La ruptura ha sacudido los cimientos de la Casa Blanca para regocijo de numerosos sectores en Washington, hartos de la enorme influencia de la que Bannon llegó a gozar en la capital. «Bannon no tiene nada que ver conmigo ni con mi presidencia», dijo Trump el miércoles. «Cuando fue despedido, no solo perdió el trabajo, también perdió la cabeza». En ese mismo comunicado, el presidente describe a su antiguo asesor como un mero empleado de su campaña y le acusa de haber utilizado su trabajo en la Casa Blanca para «filtrar información falsa a los medios con el propósito de darse más importancia de la que tenía».

Lo que está claro es que Trump no tolera la deslealtad y Bannon ha actuado permanentemente como un verso suelto. Desde que fue despedido de la Casa Blanca en agosto ha demostrado una necesidad casi patológica de airear todo lo que vio sin ahorrar detalles ni valoraciones embarazosas. En las entrevistas que ha concedido, se ha referido a sus enemigos en la Casa Blanca, altos cargos como Jared Kushner, Ivanka Trump o el asesor económico Gary Cohn, como «los demócratas». Y ha dicho que la decisión de Trump de destituir al jefe del FBI, James Comey, en plena polémica sobre la trama rusa fue «la más estúpida de la historia política moderna, una herida autoinfligida de proporciones mayúsculas». Pero la gota que ha colmado el vaso son las declaraciones de Bannon que aparecen en el nuevo libro del periodista Michael Wolff: Fire and Fury: Inside the Trump White House, listo para ser publicado el próximo martes.

La obra recorre los primeros meses de la presidencia de Trump y se apoya en más de 200 entrevistas con su entorno, incluidos Trump y Bannon, quien le permitió que prácticamente se instalara en su despacho de la Casa Blanca. Wolff hace un retrato patético y políticamente aterrador de la presidencia del magnate, al que presenta como un hombre indeciso y con un déficit de atención pavoroso, incapaz de poner orden entre las facciones que pugnan por el poder en su Administración, ignorante y alérgico a la lectura, según la descripción de los medios que han tenido acceso al libro.

En esa orgía de flagelación a varias bandas, Bannon juega un papel prominente. Dice que Ivanka, la hija y asesora del presidente, es «tonta como un ladrillo». Carga también contra el primogénito de Trump, Don Jr., y su yerno Kushner, sugiriendo que actuaron de forma «traicionera» y «antipatriótica» al reunirse con una abogada rusa que les prometió información comprometedora sobre Hillary Clinton durante la campaña. «Tendrían que haber llamado al FBI inmediatamente». Esa idea sirve para alimentar la tesis de que el entorno de Trump buscó la cooperación de Rusia para jugar sucio contra sus rivales.

Las palabras de Bannon, unidas al tono del libro, donde se llega a decir que su Casa Blanca está presidida por «un idiota rodeado de payasos», han escocido enormemente a Trump. Está «furioso» y «asqueado», en palabras de su portavoz, y está tratando de frenar la publicación de la obra y silenciar a Bannon.