Rodrigo Duterte, el controvertido presidente de Filipinas, cumple este viernes un año en el poder con un balance de más de 7.000 muertos en el marco de su guerra contra las drogas, un serio conflicto con extremistas islámicos en el sur del archipiélago y una larguísima lista de salidas de tono que han causado al país más de un quebradero de cabeza diplomático.

Desde su primer día en el Gobierno, a Duterte, de 72 años, le han llovido las críticas desde la oposición, grupos humanitarios y foros internacionales por su profundo desprecio hacia los derechos humanos. Ello no ha hecho mella ni en su discurso populista, ni en su brutal método para combatir las drogas, su mayor obsesión desde que asumió el poder. A las ellas achaca Duterte muchos de los males de Filipinas, un país donde el 21% de la población vive bajo en la pobreza, la corrupción es un problema endémico y el sur alberga un largo y complejo conflicto separatista.

"Será una lucha constante e implacable", prometía hace un año el polémico presidente al referirse a las drogas y el crimen. Antes, durante su campaña, ya había adelantado que la lucha sería además "sangrienta". Un año y 7.000 muertos después, el líder filipino, que llegó al poder con la apabullante cifra de 16 millones de votos, cuenta aún con un gran respaldo popular y se mantiene fiel a lo que anunció: bajo su mandato, prácticamente cada día las estrechas calles de las barriadas más pobres de Manila son escenario de asesinatos de supuestos traficantes.

Pese a ello, son muchos los filipinos de a pie que mantienen su apoyo al presidente: un sondeo del pasado abril situaba el respaldo a Rodrigo Duterte en el 76%. Detrás de este apoyo hay un discurso populista que ha calado en las clases sociales más bajas, una inmensa mayoría que estaba deseosa de un cambio en un panorama político dominado por la corrupción. Para muchos en Manila, el líder filipino ha hecho de la urbe un lugar más ordenado y seguro. "Antes los criminales no tenían miedo, con Duterte sí", afirma Liezelle, empleada en un comercio en la capital filipina. Este mismo argumento lo repiten muchos de los trabajadores de la metrópolis.

En el lado opuesto se encuentran grupos civiles y organizaciones humanitarias como Task Force Detainees Philippines (TFDP), que trabaja a favor de los derechos humanos en Filipinas desde hace más de cuatro décadas-. "Lo que ha prometido Duterte es un atajo para solucionar los problemas de Filipinas, sin tener en cuenta los derechos humanos", señala Emmanuel Amistad, director ejecutivo de TFDP. Entre los temores de esta organización y de otros grupos opositores es que los modos autoritarios de Duterte deriven en la proclamación de la Ley Marcial en todo el país, con el recorte de libertades civiles que eso supondría.

Esta medida ya está en vigor en la sureña región de Mindanao, hogar de 22 millones de personas: Duterte proclamó la Ley Marcial en esa zona a finales de mayo ante el asalto a la ciudad de Marawi por parte de yihadistas leales a Estado Islámico. Más de un mes después, los combates entre militares y extremistas continúan en esa ciudad, sin que cerca de 300.000 ciudadanos desplazados hayan podido regresar a sus casas. El saldo hasta ahora en Marawi es de casi 400 muertos, entre ellos treintena de civiles, en una operación que ha desatado el temor a que grupos afines a Estado Islámico cobren fuerza en la zona.

El recuerdo de la dictadura de Marcos

La Ley Marcial trae oscuros recuerdos en Filipinas, que pasó nueve años bajo este orden de excepción durante la dictadura deFerdinand Marcos, un periodo histórico que aún divide a la opinión pública filipina. El propio Duterte levantó ampollas el pasado noviembre entre las víctimas del régimen de Marcos al decidir que el cuerpo del ex dictador fuera trasladado y sepultado con honores militares en el Cementerio de los Héroes de Manila.

Su salud también ha dado de qué hablar. Durante sus viajes internacionales canceló varias reuniones por "serias migrañas" o por encontrarse "indispuesto". En junio se dispararon rumores sobre su estado después de que desapareciera de la escena pública durante cinco días, en medio de la crisis en la ciudad de Marawi. Sin embargo, esta misma semana el portavoz presidencial, Ernesto Abella, quiso disipar los temores: "El presidente está bien, muy bien; solamente está muy ocupado haciendo lo que debe".

Continuas salidas de tono

También las salidas de tono de Duterte han producido un titular tras otro. Tres meses después de asumir el poder, el presidente llegó a compararse con Hitler y asegurar que estaría feliz si acabara con tres millones de drogadictos; más tarde pidió perdón a la comunidad judía de Filipinas.

Más allá de sus fronteras también ha protagonizado sonadas polémicas: en su debut en el escenario internacional, durante una reunión multilateral en Laos, llamó "hijo de puta" a Barack Obama al conocer que el entonces presidente de EEUU quería sacar a relucir el tema de los Derechos Humanos. Washington canceló la reunión bilateral que ambos líderes tenían prevista.

Ahora, con Donald Trump en la presidencia estadounidense, Washington y Manila parecen tener mayor sintonía: Trump mostró su apoyo a la guerra contra las drogas del filipino, que por su parte extendió al líder estadounidense una invitación para visitar Manila. Duterte tampoco ha ahorrado calificativos para otras personalidades críticas con sus políticas, como el expresidente colombiano César Gaviria, al que llamó "idiota" por decir que la guerra contra las drogas no se puede vencer solo con la Policía y el Ejército.