Kim Jong-un ha dispuesto el escenario y espera a Donald Trump. La oferta norcoreana de sacrificar su programa nuclear a cambio de garantías de seguridad priva a Estados Unidos de su excusa para seguir evitando unas negociaciones que los expertos señalan como la única vía para desatascar el conflicto. Ausentarse de la cita se antoja calamitoso para Trump: el mundo le señalaría como saboteador, Seúl bascularía hacia Pionyang y se extinguiría la obligación moral china de aplicar las sanciones internacionales. Al ególatra presidente difícilmente le queda otra opción que someterse a la agenda del pequeño y empobrecido país que había amenazado destruir con «fuego y furia».

Las negociaciones están preparadas por primera vez en 12 años y la moratoria de fechorías atómicas y misilísticas prometida por Pionyang parece un inicio inmejorable. Importa poco qué ha empujado al régimen estalinista hasta aquí. Unos apuntan a su fracaso: las sanciones chinas han destrozado su economía después de décadas de embargo internacional inútil. Otros aluden a su éxito: sus últimos misiles intercontinentales con presunta capacidad para golpear suelo estadounidense suponen la meta de la carrera armamentista y sientan las bases para la anhelada negociación de igual a igual con Washington.

ESCEPTICISMO Y LÍNEAS ROJAS / Importa ahora qué puede exigir Corea del Norte y qué puede aceptar Estados Unidos. La Casa Blanca ha respondido a la oferta con escepticismo y líneas rojas. Ya ha aclarado que no levantará las sanciones para evitar la presunta maniobra norcoreana de ganar tiempo. También es quimérico que acepte la retirada de las tropas acuarteladas en Corea del Sur desde que el conflicto armado terminara con un armisticio en 1953. Incluso es improbable, al menos por ahora, que suspenda las periódicas maniobras militares que sulfuran sin remedio a Pionyang, que las entiende como ensayos de invasión.

Cualquier posibilidad de éxito pasa por construir una confianza mutua y avanzar con acuerdos asumibles. Las personalidades levantiscas y servidumbres de sus imágenes públicas de Trump y Kim complican el proceso. Tampoco ayudan los complejos intereses geopolíticos en la zona más volcánica del planeta. No todos en Estados Unidos, Corea del Sur y Japón aplauden el proceso, recuerda Peter Kuznick, profesor de Historia en la American University y experto en Asia. «Algunos ven la presencia estadounidense en Corea como clave para detener a China y juzgan inquietante todo lo que la debilite. Prefieren un estado de continua hostilidad para justificar que sigan las tropas, las bases, los juegos de guerra y las amenazas», alerta.

EL ACUERDO DE CLINTON / Las reticencias para negociar con Corea del Norte nacen en la interpretación torticera de la hemeroteca. El acuerdo firmado por Bill Clinton en 1994 es la evidencia más citada de deshonestidad norcoreana. Pionyang renunció a su programa de plutonio a cambio de compromisos de seguridad y combustible de Estados Unidos a la espera de que Japón y Corea del Sur enviaran sendos reactores para generar energía. El acuerdo funcionó razonablemente bien durante una década. Entonces las reticencias del Congreso estadounidense empezaron a espaciar los cargamentos de combustible, Pionyang no había recibido aún los reactores prometidos y George Bush, sucesor de Clinton, incluyó a Corea del Norte en el «eje del mal» junto al Irak que se preparaba a invadir. Corea del Norte anuló el acuerdo y Estados Unidos la acusó de desarrollar en secreto un programa de enriquecimiento de uranio (y no el plutonio estipulado).

La realidad, pues, es más compleja que esos «27 años durante los que Corea del Norte ha incumplido todos los acuerdos firmados» que citaba esta semana una fuente anónima de la Casa Blanca. La falta de confianza es el primer escollo de toda negociación y más cuando coinciden dos tahúres como Kim y Trump.

Corea del Norte ha aclarado que no necesitará armas nucleares si cesan las amenazas a su seguridad. Tong Zhao, experto en seguridad del Centro Carnegie-Tsinghua, interpreta que ofrece detener el desarrollo de más armas nucleares a través de una moratoria. «Parece que se ha comprometido al objetivo final de desnuclearización, pero no ha asegurado que reducirá su armamento con un claro y definitivo calendario. Es muy difícil que se alcancen las condiciones de seguridad que exige. Incluso si Estados Unidos declarase que no la atacará, no será fácil que Pionyang se convenza de su sinceridad, porque Washington podría anular en cualquier momento su compromiso», señala.

EL PRECEDENTE DE GADAFI / El problema es Libia. Gadafi sacrificó en público su plan nuclear a cambio de garantías de Occidente y fue depuesto y asesinado tras serle retiradas sin poder defenderse. La prensa norcoreana prometía entonces que Pionyang nunca se dejaría engañar y sus líderes están convencidos de que solo sus armas nucleares les separan del destino trágico de Gadafi o Hussein.

Pero este camino de final incierto es preferible a amenazas de destrucción masiva. EEUU, dice Kuznick, debe presionar a Trump para evitar que lo sabotee. «Debe dar todas las garantías que Corea del Norte busca. Debemos acabar la guerra, levantar sanciones y darles la bienvenida a la comunidad de naciones. Y hacer lo posible por mitigar la represión monstruosa del régimen», acaba.