Los pasquines conservan cierto encanto artesanal incluso cuando la propaganda cabalga a lomos de redes sociales. Sobreviven en la península de Corea, ese fósil de la guerra fría, y conforman un trajín continuo sobre la frontera más militarizada del mundo: globos que a un lado y otro son inflados con helio y atiborrados de octavillas esperando el golpe de viento propicio. El temporizador los hará explotar para esparcir su ideología y castigar la moral enemiga.

El flujo depende de los ánimos en la península y eso explica los récords históricos de los últimos meses. Más de dos millones de panfletos han sido recogidos en un año en suelo surcoreano, muchos de ellos caídos en Seúl (apenas a 60 kilómetros de la frontera) y algunos en las instalaciones de la Casa Azul presidencial. Pionyang ha añadido en los últimos meses alusiones poco caballerosas a Donald Trump. Un afiche lo representa con cuerpo de perro y un misil nuclear en la boca amenazando a la ONU con destruir Corea del Norte ante la horrorizada audiencia. En otro aparece decapitado.

Cómics y teleseries

También ha subido el tráfico en el sentido contrario por los esfuerzos de activistas y desertores empeñados en que sus compatriotas conozcan el mundo exterior. La oferta de lo que vuela hacia el norte incluye cómics satíricos que ridiculizan a los líderes norcoreanos, pasajes bíblicos, diarios con las noticias que Kim Jong-un silencia, lápices de memoria y cedés con teleseries.

Los efectos son asimétricos. Los infantiloides panfletos norcoreanos solo arrancan sonrisas condescendientes. Pero los mensajes surcoreanos torpedean el blindaje al exterior que impone Pionyang. Esas series televisivas juveniles dificultan que los norcoreanos sigan creyendo que el sur es un infierno de drogas, asesinatos y degeneración capitalista.

La organización Human Rights Foundation calcula que el material enviado desde el 2013 ha sido visto por un millón de norcoreanos sobre una población de 24 millones. Aunque el fenómeno está ligado a la región desde la guerra de los años 50. Los millones de panfletos que lanzó entonces EEUU habrían servido para empapelar varias veces la península.