Nosotros no estamos haciendo la Revolución para las generaciones venideras, si esta Revolución tiene éxito es porque está hecha para sus contemporáneos». Fidel Castro pronunció aquellas palabras en 1961, durante el monólogo que pasó a llamarse como Palabras a los intelectuales, una aserción que sirve para retratar el momento por el que atraviesa Cuba. La isla caribeña trata lentamente de reinventarse para que la vieja doctrina siga teniendo algún sentido entre una población cansada de la penuria económica y sin el fuelle que tuvo antaño para tratar de reinventar la rueda. Casi seis décadas después de que los guerrilleros de la Sierra Maestra tomaran el poder, la familia Castro dejará de gobernar Cuba. Hoy se anunciará el nombre del sucesor de Raúl al frente de la presidencia, un momento histórico al que los cubanos asisten con apatía porque nadie les ha dado ni voz ni voto.

Será un relevo cocinado desde las instituciones cubanas, un cambio de nombres que podría implicar también un vuelco generacional más amplio, aunque hay pocas expectativas de que el rumbo de la última década raulista experimente cambios significativos. La Asamblea Nacional propuso ayer al actual vicepresidente, Miguel Díaz-Canel, de 57 años, para sustituir a Castro.

Ingeniero electrónico y funcionario de carrera, no viene del Ejército ni pertenece a la llamada generación histórica de los Fidel, Camilo, Ramiro Valdés o el Ché. «El próximo Gobierno será heredero directo de la reforma antes que de la Revolución, de Raúl antes que de Fidel, de la globalización antes que de la guerra fría», esbozó el escritor cubano Iván de la Nuez.

Para ser un país suspendido en el tiempo como una vieja reliquia, los cambios de la última década bajo el timón de Raúl Castro se aprecian en la calle. Con la apertura al sector privado, donde trabajan ya el 30% de los cubanos, proliferan los talleres mecánicos, las pequeñas tiendas de artesanía en los bajos de las casas y restaurantes particulares en zonas antes yermas en barrios como Centro Habana.

En las televisiones de los bares suenan los últimos videoclips, que se distribuyen pirateados en discos duros con series extranjeras o telediarios de los canales hispanos de EEUU mientras el Estado hace la vista gorda. Se puede salir del país sin perder los bienes o la residencia, lo que ha aliviado la sensación de enclaustramiento para aquellos que tienen dinero. Y el culto al comandante, que fue el sumo sacerdote de la vida cubana, se ha diversificado con una religiosidad que rebrota en las iglesias.

cambios y trabas / Pero cada paso adelante parece tener su paso atrás. «Hay cambios y también trabas. A los restaurantes les prometieron un mercado mayorista para abastecerse, pero aún esperamos y hay días que no encuentras producto», dice José Ramón de la Caridad, empleado en un restaurante de Centro Habana.

La concesión de licencias a la iniciativa privada, que ha contribuido ligeramente a dinamizar la anquilosada economía, se ha ralentizado. No han ayudado los factores externos. El deshielo con EEUU se ha frenado desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. El embargo sigue en pie y la efervescencia que convirtió La Habana en pasarela de Chanel y escenario para los Rolling Stones tras la normalización de relaciones se ha esfumado. La crisis atroz en Venezuela, que ocupó el espacio dejado por la Unión Soviética como benefactor del comunismo cubano, ha reducido a la mitad la llegada de petróleo. De las libertades políticas, hay poco que contar.

«La política será la misma pongan a quien pongan. Nosotros no votamos al presidente y el pueblo piensa que mientras esté la generación histórica la política no va a cambiar», dice Carlos Miranda, que trabaja para el Estado en el sector de transportes. Esa generación histórica, o lo que queda de ella porque muchos son octogenarios, está llamada a perder poder con la renovación que se vota formalmente entre ayer y hoy en la Asamblea Nacional, el Parlamento unicameral cubano. Se cambia al vicepresidente primero, los cinco vicepresidentes y 23 miembros del Consejo de Estado, el máximo órgano dirigente.

«No solo hay un cambio simbólico de poder de la generación que hizo la Revolución a la que creció dentro de ella. Cuba también tendrá a su primer presidente en mucho tiempo», dice el exasesor del Gobierno cubano y catedrático de la Universidad de Tejas Arturo López Levy. «Eso implica cierta tensión entre la institucionalidad, que siempre ha partido de que el Partido Comunista controla el fusil sin que los militares decidan en las decisiones del Estado y una realidad que hasta este momento todos los líderes que ha tenido Cuba han sido militares». López Levy cree también que habrá una «recirculación de las redes de patronazgo entre la élite cubana» por el ascenso de Díaz-Canel y en detrimento del círculo más centrado a Castro, que seguirá tutelando la política cubana como primer secretario del Partido Comunista.

Díaz-Canel es un hombre del aparato, vicepresidente desde el 2013. Se espera que continúe la senda reformista de Castro en el terreno económico, pero sin alterar el férreo control político sobre las voces disidentes. En la prensa se le ha presentado como un aperturista. Es tan exagerado como acusarle de ser de la línea dura. «Creo que se dispone a mantener los elementos fundamentales del régimen político», dice el profesor de Harvard Jorge Domínguez. Cincuenta y siete años después del Palabras a los intelectuales de Fidel, aquel «Con la Revolución todo, sin la Revolución nada» no ha perdido su vigencia.