Con menos margen del previsto, Ehud Olmert, el hombre que se encontró accidentalmente al frente del partido Kadima a causa del estado de coma de Ariel Sharon, ganó ayer las elecciones israelís, según los sondeos a pie de urna de las televisiones locales. Así, Olmert ve refrendado el plan de Sharon que gran parte de la sociedad israelí ha hecho suyo: diseñar unilateralmente las fronteras definitivas de Israel, quedándose los grandes bloques de asentamientos y Jerusalén a cambio de desmantelar colonias aisladas.

Al cierre de las urnas a las diez de la noche, los sondeos predecían al Kadima entre 29 y 32 escaños, al Partido Laborista, de Amir Peretz, entre 20 y 22 y al Likud de Binyamín Netanyahu, entre 11 y 12. La gran sorpresa la dieron el partido ultraderechista Yisrael Beiteinu, al que los sondeos convertían en la tercera fuerza política, por delante del Likud, con entre 12 y 14 diputados, y el desconocido Partido de los Pensionistas, defensor de políticas sociales, que logró entre 6 y 8. El dato más negativo fue la participación, que dos horas antes del cierre de los colegios electorales sólo era de un 57%, la más baja habida en la historia. Estos resultados y la fragmentación del Parlamento dificultarán mucho a Olmert la tarea de formar Gobierno.

PRIMERA PARTICIPACIÓN A la alta abstención atribuyó el Kadima que los resultados no fueran tan buenos como se auguraba. En su primera participación electoral, el partido que fundó Sharon hace poco más de tres meses se pasó la jornada temiendo que parte del electorado regresara a sus feudos tradicionales --Likud y Laborista-- ante la certeza de que Olmert iba a ganar y por el hecho de que Sharon no encabezaba la lista. Por eso, el Kadima envió miles de mensajes SMS instando a los ciudadanos a votar. Pero desde que abrieron los colegios electorales, se hizo obvio que la sociedad no iba a volcarse en las urnas.

Que el resultado no haya sido tan bueno no oculta el gran éxito personal que para Sharon suponen estas elecciones, ya que un partido sin bases, con muchos candidatos desconocidos como el Kadima, ha ganado incluso sin él tan sólo por la confianza que el electorado deposita en un plan que se basa en una idea sencilla: hartos de conflicto, los israelís quieren separarse lo antes posible de los palestinos, atrincherándose detrás del muro, y quedándose una gran parte de todo el pastel territorial.

Los resultados son también un espaldarazo para Peretz, que logró invertir la caída en picado del Partido Laborista de los últimos años, y augura el fin político de Netanyahu. Formalmente, las elecciones señalan el final de algunos caminos y el inicio de otros. Es el fin definitivo del sueño sionista del Gran Israel, que abarca entre el Mediterráneo y el río Jordán, pero también entierra, por si hacía falta, el espíritu de Madrid que engendró Oslo, resumido en la fórmula "paz por territorios". La nueva ecuación --intrínsecamente israelí y, por tanto, unilateral-- se resume en "geografía por demografía", es decir, ceder territorio a cambio de mantener la mayoría de la población judía.

UNILATERALISMO Por eso, en el fondo da igual que las fronteras estables de Israel de las que ha hablado Olmert se dibujen de forma unilateral o pactada con los palestinos, algo que se antoja imposible con Hamás en el poder. Si hubiera alguna negociación, la postura israelí se basaría en un consenso territorial mayoritario en el país, que se concreta en retener Jerusalén y los grandes bloques de asentamientos de Cisjordania. Un hipotético diálogo sería para sordos, ya que este consenso convierte en inviable cualquier Estado palestino, cuyas fronteras no son difíciles de imaginar: sólo hay que seguir el trazado del muro.

La separación física empezó con la salida de Gaza, aunque en realidad se puso en marcha en el 2002 cuando Sharon abrazó la vieja idea laborista de construir un muro. Ese día, Israel empezó a elegir qué colonias considera imprescindibles. Ese día, los palestinos empezaron a argumentar que la barrera haría imposible una Palestina viable. El Tribunal de La Haya falló a su favor, pero no sirvió de nada, y ayer los israelís refrendaron ese camino con la esperanza de que, si no lleva a la paz, al menos traerá tranquilidad y seguridad.