«Si buscan un responsable, soy yo y solo yo». Con esta declaración, Emmanuel Macron puso fin a seis días de mutismo marcados por el escándalo de su exresponsable de seguridad, Alexandre Benalla. Frente a un público bien selecto, los diputados de su propio partido, el presidente francés asumía la noche del martes su responsabilidad en la crisis que golpea al Elíseo y a su Gobierno, amenazado por una moción de censura.

Macron rompió su silencio para condenar la violencia ejercida por su guardaespaldas de confianza contra un manifestante el Primero de Mayo, mientras se hacía pasar por policía. «Lo que sucedió es grave y serio. Y para mí fue una decepción, una traición. Nadie a mi alrededor o en mi gabinete ha sido protegido o ha eludido las reglas, las leyes de la República», aseguró el mandatario.

A pesar del escándalo, Macron apostó por minimizar la importancia del caso Benalla, calificándolo como una «deriva individual» y marcando distancias con aquellos que lo califican como un verdadero asunto de Estado. Según el mandatario, «la República ejemplar», tan defendida por él mismo y ahora en entredicho, «no está exenta de errores».

Si bien Macron aprovechó su alocución para entonar su mea culpa, no perdió la oportunidad para contratacar a una oposición exasperada que le exige explicaciones. «Si quieren a un responsable, está delante de vosotros. Que vengan a buscarlo», una provocadora frase que, sin duda, no apaciguará el fuego que se propaga día a día en torno al mandatario.

Entre la provocación y la ironía, Macron aseguró que «Benalla nunca ha ocupado un apartamento de 300 metros cuadrados […], nunca ha ganado 10.000 euros […], jamás ha sido mi amante». De esta manera, marcó el ritmo de un discurso cargado de ataques frontales contra la prensa que, a su parecer, «ya no busca la verdad».

Acusado él mismo de buscar un chivo expiatorio capaz de contener la crisis, el presidente aseguró que «no entregará cabezas». «Esto no es una república de fusibles, ni una república del odio», sentenció el presidente.