Cuando el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, convocó elecciones anticipadas hace un mes, se esperaba un paseo tranquilo y la continuación de su mandato presidencial, esta vez con más poderes que nunca. La oposición, eternamente dividida y desorganizada, no tendría nada que hacer, debía pensar. Sería una victoria fácil. Pero a una semana de la celebración de las elecciones presidenciales y legislativas, sus cálculos parecen haber fallado. Tres partidos de la oposición -socialdemócrata y secular (CHP), ultranacionalista y conservador (IYI Parti) y islamista (SP)- se han unido en coalición con el único objetivo de destronar a Erdogan. Hace unos meses, nadie pensaba que pudiesen hacerlo. Ahora, sus posibilidades parecen reales.

En los comicios legislativos, las encuestas indican que el Parlamento puede cambiar de color. El AKP de Erdogan va camino de perderlo. «La oposición tiene una enorme posibilidad de conseguir la mayoría parlamentaria, lo que dificultaría mucho una hipotética presidencia de Erdogan», explica la analista Ilke Toygür, miembro del Real Instituto Elcano, un think tank radicado en Madrid. Los sondeos otorgan a la coalición del presidente turco cerca de un 46% de los votos. A la opositora, un 40%, cifra a la que habría que sumar el resultado del partido liberal prokurdo HDP, al que las encuestas le dan un 12%. Este partido ya ha dicho que jamás apoyará a la coalición de Erdogan: su presidenciable, de hecho, lleva un año y medio en la cárcel. Es acusado por el Gobierno turco de terrorista y aliado del PKK.

En cuanto a la carrera a la presidencia, Erdogan es muy popular entre los sectores conservadores y nacionalistas, aunque el candidato del partido socialdemócrata turco, CHP, su principal rival, está cosechando cada vez más seguidores. Los votantes de Muharrem Ince están entusiasmados. «Ganaremos seguro. Ince es el mejor candidato que hemos tenido nunca. Las elecciones no son justas, pero ganaremos», dice Zübeyde, que se declara fan incondicional de Ince.

Salvo muy pocas excepciones, los medios de comunicación están bajo control del Gobierno. Durante la campaña en televisión, Erdogan y su coalición han acaparado casi todos los minutos. Los opositores aparecen en muy pocas ocasiones. Los prokurdos del HDP, ninguna. «El juego electoral turco es injusto, pero hay unas reglas marcadas y el partido se juega dentro de ellas. Turquía no es Rusia o Egipto. De perder, Erdogan aceptaría la derrota», explica Toygür.

Si no consiguiese el 50% de los votos en la primera vuelta de las presidenciales, Erdogan tendría que enfrentarse a otro candidato en una segunda vuelta, que se celebraría dos semanas después. Las encuestas dan al presidente cerca del 48% del voto, frente al 29% de Ince. «De ganar la mayoría en el Parlamento, como parece posible, Ince irá muy motivado a la segunda vuelta», dice la analista.

ÚLTIMA OPORTUNIDAD / Muchos opositores ven estos comicios como la última oportunidad para derrocar a Erdogan. El presidente las encara como la entrada definitiva al sistema presidencialista aprobado en referéndum el año pasado. Si gana, será el presidente con más poder y que más ha durado en el cargo desde Mustafá Kemal Atatürk, el fundador del país y un semidiós en Turquía.

Las ciudades turcas están empapeladas con banderas y pósteres, y furgonetas de los partidos con megáfonos martirizan a la población con canciones cuya letra consiste solamente en el nombre de su candidato. «Es la primera vez en mi vida que estoy ilusionada por la política. Parece que podremos ganarle a Erdogan», dice Elif, una joven turca.