Italia se ha convertido en un lugar hostil para Gherardo, un campesino de la provincia de Nápoles, en el sur del país. «Aquí no vivimos, sobrevivimos», contaba recientemente. «La Campania (la región de Nápoles) está exhausta, y en general todo el sur italiano. Desigualdad, pobreza y violencia campan a sus anchas. Esto está detrás de la rabia que, de manera muy astuta, el Movimiento 5 Estrellas (M5S) ha sabido capitalizar», decía otra joven napolitana, implicada en proyectos de asistencia a desfavorecidos.

Son ellos la constelación M5S, los seguidores de una formación que, con mensajes populistas y antisistema, ha hecho saltar por los aires el dominio que ejercían en el sur el Partido Democrático (PD) de Matteo Renzi y la Forza Italia de Silvio Berlusconi. El M5S ha triunfado en la Italia meridional, tal como lo ha hecho la Liga de Matteo Salvini en el norte, donde incluso se ha dado un histórico sorpasso de esta formación a Berlusconi. Todo ello con números récord: del 4% de las generales del 2013, la Liga ha pasado a alcanzar el 17%.

Esta es la Italia rota en dos que deja la batalla política, que el M5S ha ganado en el sur. Tanto es así que, en Sicilia, los indignados lograron la victoria en todas las circunscripciones uninominales, cuatro meses después de unas elecciones autonómicas en la isla en las que había triunfado el centroderecha. En la Campania y Apulia, se han beneficiado del aumento de la participación, que les ha llevado a la victoria.

«POSIDEOLOGÍA» / «Ha sido un resultado posideológico», consideró Luigi Di Maio, el líder del M5S. «Un triunfo absoluto», añadió, en un discurso en el que habló de los endémicos problemas de desarrollo que afectan a Italia -y especialmente al sur-, pero sin mencionar el lastre de las mafias, originarias de esta zona.

Los datos muestran la tragedia del sur. La tasa de empleo de los jóvenes es una de las más bajas de Italia, algo que continúa alimentando su huida. Tan solo entre el 2015 y el 2016, la Italia meridional perdió 62.000 habitantes. Un contexto que Di Maio conoce bien. Hasta hace cinco años, vivía allí, en la localidad de Avellino, a 60 kilómetros de Nápoles, otra ciudad en la que la población ya votó a un antisistema. Era el 2011 y el elegido fue el exfiscal Luigi de Magistris, el hoy alcalde.

Una situación opuesta a la de las prósperas regiones del norte, donde desde hace tiempo el debate más visible gira en torno a la seguridad y ha calado el discurso de la invasión de los inmigrantes. «Fíjese en las periferias de Venecia. Toda preocupación se relaciona con la seguridad», explicaba Davide Scano, dirigente veneciano del M5S.

No es novedad. La percepción de inseguridad -ligada a la inmigración- es «particularmente alta» en el norte, especialmente en el noroeste, decía ya en el 2013 un informe del instituto Demos. «Las tres primeras cosas que haremos serán atender las demandas de trabajo, de (bajar) los impuestos y de los inmigrantes, con las expulsiones», dijo Salvini en su primera aparición después del voto.

Eso sí, en el norte, la excepción ha sido Trentino-Alto Adigio, donde la minoría autonomista alemana contribuyó a la victoria del centroizquierda.