Casi 400 miembros del Partido Comunista de China (PCCh) discuten esta semana el rumbo del país en un elitista hotel pequinés blindado por el ejército. No habrá filtraciones y un comunicado oficial sentará el jueves las conclusiones antes de que regresen a casa. La cumbre, como es norma, genera tanta expectación entre sinólogos y prensa como pasotismo entre la población.

En la agenda oficial del sexto plenario del PCCh figuran las nuevas directrices disciplinarias. El asunto oficioso es el baile de sillas del crucial Congreso del próximo año. Tanto las reglas de conducta como el relevo de la cúpula miden al presidente, Xi Jinping. Es ya un lugar común referirse a cualquier reunión del partido de los últimos años como aquella en la que Xi apuntala, refrenda, refuerza o consolida su poder.

El cónclave aprobará nuevos conjuntos de reglas para mantener prietas las filas de una organización con casi 90 millones de miembros y una vasta historia de clanes. Las nuevas regulaciones incluyen guías de comportamiento “bajo las nuevas circunstancias” y modificaciones en los procesos de supervisión interna. La deslealtad, sostiene Pekín, explica la corrupción de muchos altos cargos. En este contexto delicado de economía ralentizada e inminentes cambios en la dirección urge la uniformidad, explicaba recientemente el 'Diario del Pueblo'. El órgano oficial de propaganda recordaba que Mao ganó la guerra porque se le obedecía aunque sus órdenes llegaran desde un telégrafo lejano. La “anormal vida política”, en cambio, precipitó los desmanes de la Revolución Cultural en China y la caída del Gobierno en pleno de la Unión Soviética. Las lecciones sobre el colapso ruso son un asunto recurrente en las escuelas de los cuadros del PCCh.

'LINGXIU' O LÍDER PODEROSO

La terminología ayuda a orientarse en los arcanos de la política china y el 'Diario del Pueblo' se refirió recientemente a Xi como 'lingxiu' o líder poderoso. Nadie desde Mao había disfrutado de ese epíteto.Deng Xiaoping, el arquitecto de la China moderna, comprendió que los desmanes maoístas solo se entendían por el desaforado culto personal y reforzó el poder del partido frente al del presidente. Cada uno de los líderes disfrutó desde entonces de menos poder que el anterior hasta que llegó Xi. El actual presidente ha podido desembarazarse de rivales como Zhou Yongkang, antiguo zar de seguridad del Estado, pero su poder no es omnímodo. Xi ha fracasado por las reticencias internas en reformas claves como el adelgazamiento de las empresas públicas, tan mastodónticas como ineficaces.

El plenario llega cuando arrecia la rumorología sobre su voluntad de agarrarse al sillón más allá de los dos mandatos reglamentarios. En el Congreso del próximo año se renovarán cinco de los siete miembros del Comité Permanente que rige el país. Seguirán Xi y el primer ministro, Li Keqiang, porque no habrán superado los 68 años de jubilación oficiosa. El presidente ya debería haber ungido a un sucesor para que crezca bajo su paraguas durante su segundo mandato, indica la casuística.

DISCUSIÓN EVITADA

“No sabemos nada porque la política china es aún más opaca que antes. La única evidencia de que quiere un tercer mandato es que ha evitado la discusión sobre su sucesor. Pero podría explicarse por variadas razones. Por ejemplo: evitar ser un pato cojo en el resto de su Gobierno”, opina Scott Kennedy, sinólogo del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales, de Washington.

Habrá que esperar al Congreso del próximo otoño para conocer el desenlace pero del actual plenario podrían salir pistas. Quizá Xi presione para prorrogar el mandato de Wang Qishan, su firme aliado al frente de la campaña contra la corrupción, a pesar de sus 68 años. Esa excepción sugeriría que la jubilación oficiosa ya no es dogma de fe.

OPOSICIÓN COMPLEJA

Son tiempos sensibles en el seno del partido. Para aprobar la estancia de Wang, la suya o empujar políticas controvertidas encontrará oposición. Los expertos discuten la influencia de la Liga de la Juventud Comunista o 'tuanpai', del clan de Shanghái del eterno expresidente Jiang Zemin o de cualquier elemento incómodo por la firme campaña contra la corrupción o el excesivo poder amasado por Xi.

No existe unidad en el partido, sostiene Scott, pero etiquetas como el clan de Shanghái o 'tuanpai' no explican la complejidad de sus interacciones. “No creo que haya una oposición organizada a Xi que pueda frenar sus objetivos, ni los personales ni los de sus políticas”, añade Kennedy.