Emmanuel Macron salió ayer satisfecho de su primer encuentro oficial con el papa Francisco. Los vaticanistas pusieron el cronómetro en marcha cuando el presidente francés entró en el despacho del Pontífice la temperatura de la audiencia. Casi una hora. 57 minutos, para ser exactos, cinco minutos más que Barack Obama, doce más que François Hollande pero lejos de los 90 que Juan Pablo II le dedicó en su día a François Mitterrand.

También la prensa francesa escrutó todos los detalles de un viaje delicado en un país donde el laicismo es prácticamente una religión de Estado. Coincide, además, con el galimatías europeo para gestionar el flujo migratorio, el cruce de acusaciones entre París y Roma a cuenta de los refugiados y, en el plano doméstico, con los planes del Gobierno de abrir la reproducción asistida a las parejas de mujeres.

De todo estos temas se habló en el encuentro que fue «libre y muy intenso», según el Elíseo. Macron, antiguo alumno de los jesuitas, bautizado a los 12 años a iniciativa propia y hoy agnóstico declarado, intenta cuidar su relación con el electorado católico y es ya célebre su discurso de abril apelando a «reparar el vínculo dañado» entre la Iglesia y al República francesa, especialmente tras la aprobación del matrimonio homosexual por el expresidente socialista François Hollande.