A los primeros, Justin Trudeau fue a recibirlos al aeropuerto, rodeado de cámaras. «Esta es una noche maravillosa. Estamos enseñándole al mundo cómo abrir nuestros corazones y recibir a gente que huye de situaciones extremadamente difíciles. Así somos nosotros», dijo el primer ministro canadiense mientras entregaba prendas de abrigo a los primeros refugiados sirios que aterrizaban en Canadá, en el 2015.

Desde entonces, a Canadá han llegado 40.000 refugiados sirios, muchos más que a la mayoría de los países europeos, entre ellos España, que acoge apenas unos 1.200. Pero lo de Canadá ha sido más escoger que acoger, con reserva del derecho de admisión. No todos los sirios que quisiesen podían ir allí: escapar de la guerra no daba ese derecho.

«El caso canadiense —explica un empleado de la ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados, que exige anonimato— ha sido uno de los más duros y complicados de gestionar. Solo aceptaron dos tipos de refugiados: familias completas con padre, madre e hijos, y solteros con estudios superiores, sobre todo médicos e ingenieros. Los padres también tenían que tener carrera».

BENEFICIO PROPIO / «Pero esto no solo lo ha hecho Canadá. Otros países europeos y Australia, por ejemplo, han hecho lo mismo. O parecido», explica este empleado, quien declina especificar a qué países europeos se refiere pero sí relata el proceso: «La ONU tiene su cartera de refugiados que han escapado de Siria. Presionamos a los países desarrollados para que los acojan. Son negociaciones eternas, muchas veces fallidas. Si llegamos a un acuerdo, les entregamos paquetes de refugiados».

Los hay de distintos tipos. Refugiados LGBTI; con estudios superiores; familias enteras; familias divididas; huérfanos... Cada país escoge lo que más le interesa según los beneficios que pueda sacar. Pueden ser económicos, como en el caso de Canadá, pero también políticos.

«Si hay algún ataque contra un refugiado homosexual, llamamos a muchos países diciéndoles que si no aceptan estos refugiados podría haber más casos y que sería su responsabilidad. Muchos aceptan. Ningún político quiere que la prensa le señale por alguna muerte evitable», relata el trabajador de ACNUR.

Turquía es con diferencia el país del mundo que más refugiados sirios acoge -3,4 millones- y es desde donde, junto con Jordania y el Líbano, se hace la redistribución y el mercadeo. Pero no es solo el escenario: también quiere participar. Hace un año, el Gobierno anunció que empezaría a dar la ciudadanía turca a refugiados sirios. En la actualidad, según el Ministerio del Interior, 50.000 personas están en proceso de obtenerla.

Como en el caso canadiense, no todos los sirios que viven en Turquía son elegibles. «Erdogan quiere sustituir a los trabajadores cualificados turcos que huyen de Turquía por miedo a las represalias del Gobierno. Y lo quiere hacer con sirios cualificados, más próximos a su proyecto político islamista», explica Aykan Erdemir, analista y exdiputado del principal partido de la oposición, el CHP.

Hace unos meses, Yaman, un refugiado que vive en Estambul, vio su nombre en la lista de sirios que podían optar a la nacionalidad turca. Nunca había tenido la intención de hacerlo, pero al verse allí se apuntó. «Es muy largo y con mucha burocracia, pero espero tenerla en pocos años. Siempre es mejor tener la nacionalidad turca que siria», dice Yaman, graduado en Ingeniería.

La intención del Gobierno turco es quedarse con los sirios que les puedan ser de utilidad y devolver a Siria a todos los demás. «Es cierto que Turquía no tiene la capacidad material de incorporar plenamente a los 3,4 millones de refugiados sirios a la sociedad turca. Pero, cuando ya están todos aquí, es imposible escoger a los que te gustan y echar al resto», dice Erdemir.