La guerra comercial entre las dos principales economías del mundo se abrió ayer. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firmó una orden para poner en marcha la imposición de aranceles en importaciones de hasta 60.000 millones de dólares en productos de China, así como multas, restricciones a inversiones del gigante asiático en sectores estratégicos de EEUU y una demanda ante la Organización Mundial de Comercio (a la que en varias ocasiones ha definido como «desastrosa» para EEUU).

En paralelo, su Administración anunció una tregua con la Unión Europea al dejar en suspenso «de momento» los aranceles sobre el acero y el aluminio del viejo continente (así como de Brasil y Argentina, Australia, México y Canadá y Corea del Sur). Esas tasas, del 25% sobre el acero y el 10% sobre el aluminio, debían empezar a aplicarse hoy, pero no se hará mientras se negocia un acuerdo para la exclusión permanente de esas importaciones.

Pese a la tregua con Europa, el anuncio respecto a China ha desatado los temores a la guerra comercial y ese miedo contribuyó a pérdidas en las bolsas, con el Dow Jones cayendo más del 1,5%. Pero Trump está decidido a poner fin a lo que considera décadas de abuso y de robo de propiedad intelectual y de tecnología por parte del gigante asiático, al que ha definido en ocasiones como un «enemigo económico». Y esta vez, a diferencia de lo que ocurrió con los aranceles al aluminio y al acero, que dividieron incluso a su equipo, tiene el respaldo tanto de sectores globalistas como de los más proteccionistas.

«Esta será la primera de muchas», dijo Trump al estampar su firma en el documento que pone en marcha las acciones contra China, un país al que definió como «un problema particular». Aunque Trump declaró que tiene «tremendo respeto por el presidente Xi Jinping», denunció el déficit comercial que EEUU mantiene con China, calculado en 375.000 millones de dólares y destacó en particular «la tremenda situación de robo de propiedad intelectual».

El plan arancelario no es de aplicación inmediata y se abrirá un periodo de al menos dos semanas para escuchar comentarios del sector empresarial estadounidense y de otros actores comerciales antes de cerrar la lista de productos tasados. Asimismo, el secretario del Tesoro dispondrá de 60 días para elaborar la propuesta de inversiones que restringir a China en EEUU.

Desde Pekín se advirtió de las consecuencias, y en un comunicado del Ministerio de Comercio chino se aseguró que el país «sin duda tomará todas las medidas necesarias para defender con resolución sus derechos e intereses legítimos». Según The Wall Street Journal, las autoridades chinas preparan como respuesta un castigo a importaciones estadounidenses, sobre todo en los sectores de agricultura y ganadería. Y son aranceles diseñados para hacer daño político al presidente, pues la mayor parte de las importaciones en la diana (soja, sorgo y porcino vivo) provienen de estados que votaron por Trump.

Respecto a Europa fue el responsable de comercio exterior de Estados Unidos, Robert Lighthizer, quien primero confirmó ayer en una comparecencia en el Congreso la tregua. La idea es posponer los aranceles «de momento» mientras se negocia una exclusión más permanente. Y según fuentes citadas por Bloomberg News, la Administración de Trump vincula la exención permanente al establecimiento de un grupo de alto nivel para abordar las relaciones comerciales y cuya meta sería alcanzar un acuerdo «rápido y claro».