Pasaban tres minutos de las nueve de la mañana. Kim Jong-un se acercó con tranco marcial y traje tradicional coreano. Donald Trump caminó con la sobriedad de las citas con la historia en traje oscuro y corbata. De fondo, una colección de banderas de ambos países que comparten los colores blanco, azul y rojo. Se encontraron en el centro, estrecharon sus manos con rigor diplomático, primero, y relajaron después la mueca con leves sonrisas. La foto unía no solo a dos naciones sin relaciones diplomáticas sino a los líderes que más han representado sus enfrentamientos durante décadas. Hace solo unos meses se cruzaban insultos como «hombre cohete» y «viejo chocho».

Su sintonía es la mejor noticia que deparó la jornada. Ambos son lenguaraces, excesivos y tienen una audiencia interna a la que satisfacer. En Trump se intuyó la voluntad de no avasallar a su joven homólogo desde que ventiló el apretón de manos en 12 segundos, una marca humilde para sus parámetros, y le ofreció unos paternales golpecitos en el hombro. Sorprendió que Kim, siempre rodeado de funcionarios afanados en reírle las gracias y apuntar sus dictados, pareciera cohibido y empequeñecido ante la trascendencia del momento. No solo por la mayor estatura de Trump sino porque este se erigió en maestro de ceremonias: le señaló con un breve ademán cuándo empezar a andar, le mostró su automóvil y monopolizó el discurso ante la prensa tras la firma del acuerdo.

No había abierto Kim la boca cuando Trump le preguntó si tenía algo que añadir. Solo entonces, cuando tronó ese vozarrón profundo de ultratumba y mucho tabaco, recuperó la sensación de autoridad. Quizá fue la asunción voluntaria del segundo plano como la cortesía que en Asia se debe a los mayores (Trump le dobla en edad). O quizá rechazó pelear por el centro del escenario con un animal mediático imbatible. Sea lo que fuera, Trump le devolvió el favor al definir como «un honor» su compañía.

Eso sí, al coreano no pareció hacerle mucha gracia la broma que hizo Trump cuando ambas delegaciones se disponían a sentarse a la mesa para compartir un almuerzo. Así quedó patente en un vídeo, que se convirtió en el instante viral de la cumbre, en que se ve cómo el presidente estadounidense, de muy buen humor, se dirige a los fotógrafos: «“¿Tiene todo el mundo una buena foto? Para que así se nos vea guapos, atractivos y delgados. Perfecto». Entonces, la traductora traduce sus palabras al líder norcoreano. La cámara enfoca en un primer plano el rostro de Kim, que se queda muy serio. Una cara pétrea que daba a entender que la broma no le había gustado.