Stephanie Wilkinson, dueña de The Red Hen, un pequeño restaurante en Lexington, un pueblo de 7.200 habitantes en la Virginia rural, asegura "no ser muy amiga de la confrontación". Lleva un negocio y obviamente quiere que le vaya bien. Pero el viernes se enfrentó a un dilema cuando supo que Sarah Huckabee Sanders, la secretaria de prensa de una Administración, la de Donald Trump, que ella considera "inhumana y sin ética", cenaba en su establecimiento. Wilkinson decidió pedir a Sanders, educadamente, que abandonara el local. La portavoz de la Casa Blanca y sus acompañantes, también educadamente, se marcharon. El plato principal nunca se llegó a poner sobre la mesa, pero el debate está servido.

Wilkinson ha explicado a The Washington Post que tomó la decisión tras consultar con sus empleados (algunos homosexuales y conscientes de que Sanders ha defendido el veto de Trump a los transexuales en las fuerzas armadas). También ha contado que estaba satisfecha porque no se había negado de entrada el servicio a Sanders (un plato de quesos estaba sobre la mesa). Ha dicho que cuando salió con la portavoz de la Casa Blanca a hablar al patio le explicó que sentía que había parámetros que rigen su negocio "como la honestidad, compasión y cooperación". Y ha razonado su decisión. "Es un momento en nuestra democracia en que la gente tiene que tomar decisiones y acciones incómodas para mantener su moral", ha dicho. También ha asegurado que volvería a hacerlo.

Tormenta

El episodio ha desatado una tormenta. Uno de los empleados de The Red Hen colgó un post en Facebook y empezó la acalorada discusión pública. Sanders confirmó lo sucedido en un tuit desde su cuenta oficial, aunque lo hizo con un añadido discutible: "Siempre intento tratar a la gente, incluyendo a aquellos con quienes estoy en desacuerdo, respetuosamente, y seguiré haciéndolo". Algunos de los periodistas que han sufrido su desprecio e insultos en las ruedas de prensa de la Casa Blanca pueden confirmar que el respeto no es su punto fuerte.

La polarización del país ha cobrado de nuevo forma en guerras en redes sociales y de declaraciones. El padre de Sanders, el exgobernador de Arkansas y pastor cristiano Mike Huckabee, habló en un tuit de "intolerancia" y de "platos de odio" (solo un par de horas antes había colgado un insultante mensaje insinuando que la política demócrata de inmigración protege a las maras).

Mientras, Ana Navarro, una estratega republicana moderada y comentarista, recordó que muchos de quienes ponen el grito en el cielo con Wilkinson defendieron al pastelero que se negó a hacer una tarta para una pareja gay (una decisión respaldada por el Supremo). "La diferencia es que ser gay no es una opción; ser cómplice de Trump, sí".

Sanders no es el primer alto cargo de esta Administración a la que se le atraganta la vida social esta semana, justo cuando el Gobierno se ha visto en el ojo del huracán por la crisis humanitaria abierta en la frontera al separar a niños inmigrantes de sus padres. El martes, un día después de comparecer ante la prensa para tratar de defender la política de "tolerancia cero", la secretaria de Seguridad Nacional, Kirstjen Nielsen, pensó que era buena idea irse a cenar a un mexicano en Washington. Fue sometida a un escrache de 20 minutos.

También Stephen Miller, el asesor de Trump que es uno de los principales ideológos e impulsores de la línea dura con la inmigración, escuchó el domingo pasado acusaciones de "fascista". También había elegido un establecimiento mexicano en la capital.