El ministro de Exteriores turco, Mevlut Çavusoglu, sonreía ante la insistencia de las preguntas del periodista. «Casi todos. Desafortunadamente, casi todos», contestaba. «Pero dígame uno. Diga un país occidental que apoyase el intento golpe de Estado [de julio de 2016]», insistía, una y otra vez, el entrevistador de la televisión alemana DW.

Pero Çavusoglu no iba a contestar. Dibujaba una sonrisa en sus labios y, con la mano derecha, apuntillaba las dos únicas palabras que, en ese momento, estaba dispuesto a decir. Las gritaba: «¡Casi todos! ¡Casi todos! ¡Casi todos!». El Gobierno turco lo cree de verdad y, desde entonces, desde la noche del intento de golpe de Estado de hace dos años, la Turquía que pilota con mano de hierro Recep Tayyip Erdogan ha estado virando -con idas y venidas, exabruptos unas veces y palabras amables en otras- lejos de la Unión Europea y de los Estados Unidos, sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) desde los añoscincuenta del siglo pasado.

«A menos que EEUU no empiece a respetar la soberanía de Turquía y demuestre que entiende los peligros a los que nuestra nación se enfrenta, nuestra alianza estará en peligro», escribió esta semana, en un artículo, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. Cada día que pasa, en cada nueva crisis diplomática con sus socios occidentales, Turquía se aleja más de Occidente; su vista, ahora, está puesta hacia el este.

EL PULSO CON WASHINGTON / La última crisis ha sido entre los dos machos alfa de la OTAN: Donald Trump y Erdogan. Washington batalla por la liberación del pastor evangélico Andrew Brunson, en la cárcel en Turquía desde hace dos años por supuestos vínculos con el golpe y con la guerrilla del PKK. Trump, frustrado por no conseguirlo, soltó los leones la semana pasada: la lira, la moneda turca, se desplomó en los mercados cuando el multimillonario estadounidense anunció por Twitter la subida de los aranceles al acero y el aluminio turcos.

La patada a la lira turca fue colosal: en una semana, su valor llegó a caer un 40%; aunque en los últimos días ha recuperado parte de sus pérdidas. «Con el empuje de nuestra nación y el liderazgo de nuestro presidente, estamos luchando contra este golpe de estado económico- ha dicho este jueves la presidencia turca-. Esta gran nación recordará quiénes están en su favor y en su contra en todo este proceso».

Los seguidores de Erdogan, estos días, se han lanzado a cambiar dólares y oro por liras. Los más fervorosos han destruido sus iPhones para cambiarlos, como pidió el líder, por móviles de otros países.

Con las tensiones con Estados Unidos, Turquía ha visto que no está aislada del todo. Rusia, Irán, China y hasta la UE, Alemania, Francia e Italia han criticado las acciones de Trump, catalogadas de guerra comercial por Turquía; y han salido en defensa del país anatolio. Angela Merkel, el pasado miércoles, y Emmanuel Macron, el jueves se comprometieron a mejorar sus relaciones comerciales con Erdogan. «La UE seguirá activa en nuestra unión estratégica. Queremos ver una Turquía democrática, estable y próspera», argumentó el presidente de la Comisión, Jean-Claude Junker.

«Es algo favorable si Turquía y Estados Unidos están en buenos términos, con mejor cooperación y respeto mutuo. Pero, ¿realmente cree Trump que sus acciones y sanciones funcionarán? Ni sirvieron con Irak en la década de los noventa ni tampoco con Rusia en los 2000. Turquía no debe su existencia a los EEUU y no dejará de existir sin ellos», opina Murat Yetkin, columnista del periódico Hurriyet.

Así, Turquía, aliada occidental desde la Guerra Fría, se ha buscado otros compañeros de viaje para suplir los que ha tenido hasta ahora y que ya no le sirven. Sus ojos, desde el intento de golpe de Estado, se han puesto en Irán y, sobre todo, en Rusia. Putin y Erdogan dicen tener una gran sintonía, y sus reuniones, tanto en Rusia como en Turquía, han sido constantes en los últimos meses. El presidente iraní, Hasán Rohaní, ha sido también invitado en muchas de ellas, en las que los tres políticos discuten el futuro de la guerra siria. Su siguiente encuentro será a principios de setiembre en Teherán.

Pero sus relaciones no son tan idílicas. En Siria, Turquía respalda a la oposición al régimen de Bashar el Asad, que es apoyado, a su vez, por Rusia e Irán. Estas diferencias han causado recelos entre el régimen de los ayatolás y Ankara.

AYUDA DE QATAR / En verano del año pasado, cuando Arabia Saudí intentó ahogar a Catar, Turquía salió en su rescate: productos importados de Turquía llenaron los supermercados de Doha. Ahora, con la crisis con los Estados Unidos, Catar está devolviendo el favor.

El emir de Qatar, el jeque Tamim ben Hamad Al-Thani, ha prometido la inversión de 15.000 millones de dólares en la economía turca. Lo ha hecho en Ankara tras encontrarse con Erdogan; algunos cataríes, mientras tanto, han estado cambiando sus riyales por liras turcas. Qatar devuelve los favores, pero la economía turca, atizada por una inflación del 15%, no depende, solo, de estas ayudas.

La crisis con los EEUU no ayuda a nadie. Tampoco a los norteamericanos: «Abandonar a Turquía debilitaría la OTAN, quitaría peso de Estados Unidos en Oriente Próximo y pondría en riesgo el trabajo que se ha realizado hasta ahora contra el Estado Islámico», considera Matthew Bryza, analista del think tank estadounidense Atlantic Council.

El presidente de Estados Unidos, además, tiene destinadas armas nucleares en una base militar turca que el Ejército estadounidense usa desde el año 1955. «Estados Unidos y Occidente no pueden permitirse perder a Turquía. Si la economía turca colapsase, sus intereses vitales allí obligarían a tener que ayudar a recoger los escombros», argumenta Bryza.