Como les sucede a las bestias y los animales de granja, Donald Trump tiende a morder cuando se siente amenazado, particularmente cuando la presa escapa a los cánones de lo que considera respetable, una categoría que parece reducirse al hombre blanco con pilila. El lunes fue uno de esos días. Tres mujeres que lo acusan de haberlas besado y manoseado sin consentimiento comparecieron ante los medios para reclamar al Congreso que investigue al presidente por su pasada conducta sexual, una propuesta que no tardaron en respaldar por escrito un centenar de congresistas demócratas. Entre ellos, la senadora Kirsten Gillibrand, a la que Trump atacó con otra de esas bajezas llamadas a engrosar su particular antología de la infamia.

"La senadora peso pluma, Kirsten Gillibrand, lacaya de Charles Schumer, venía a mi oficina a ‘suplicarme’ donaciones de campaña (y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por ellas), está ahora en el ring luchando contra Trump", escribió el presidente. A pocos se les escaparon las connotaciones de sus palabras, la insinuación de que la senadora estaba dispuesta a intercambiar favores sexuales a cambio de dinero, un comentario que ha sido calificado de "sexista", "repugnante" o "intimidatorio" y ha dado pie a uno de los editoriales más duros que se recuerdan. "Un presidente que llama puta a una senadora no es apto para limpiar los retretes de la biblioteca presidencial de Obama ni limpiarle los zapatos a George W. Bush", ha sentenciado el 'USA Today', uno de los diarios más vendidos de Estados Unidos.

Palabras ominosas

Las palabras de Trump, acusado por 17 mujeres de abuso sexual, una conducta que el mismo reconoció implícitamente al presumir de cómo utilizaba su fama "para agarrarlas del coño", son especialmente ominosas en el momento en el que se producen. Llegan en pleno vendaval del movimiento #MeToo, que ha ayudado a miles de mujeres a perderle el miedo a revelar el acoso, los abusos y las humillaciones machistas que han sufrido. Pero como viene siendo la norma, la portavoz de la Casa Blanca, Sarah Huckabee, volvió a ejercer de cancerbero para proteger a su jefe, rebajando un poco más los estándares morales que imperan en la Administración.

Huckabee afirmó que el comentario "no tiene nada de sexista" y disparó contra el periodista que lanzó la pregunta: "Solo una mente enferma podría interpretarlo de ese modo", dijo el martes la portavoz. Se da la circunstancia de que la senadora Gillibrand ha sido uno de los baluartes de las reformas promovidas en el Congreso para reducir la epidemia de abusos sexuales en el Ejército contra las mujeres de uniforme. Una voz contra el olvido y la humillación de las víctimas, frecuentemente silenciadas por sus superiores y compañeros.