La fiesta de Sant Vicent de Nules le debe mucho a un sacerdote, Mossén Burgos, y a los hombres que en el año 1983 celebraron el 25º aniversario de su paso por el Servicio Militar, la Quinta del 61. Y es que posiblemente, sin ellos, la que hoy en día es una cita imprescindible para los vecinos, podría haber desaparecido.

Teniendo en cuenta la trascendencia que su paso hacia adelante ha tenido para las generaciones siguientes, la Quinta del 93, que este año se encarga de organizar el programa, les dispensó ayer un homenaje. Justo en el tramo de la calle Sant Vicent en el que año tras año se quema la hoguera el día del pasacalle, se colocó una placa conmemorativa que, a partir de ahora, recordará a propios y extraños que una buena idea cuando hace falta, puede cambiar la historia de un pueblo de forma determinante.

Porque hace 32 años, nadie parecía dispuesto a hacerse cargo de la fiesta de Sant Vicent y lo que supone. Esta tradición llevaba organizándose desde la posguerra por els fadrins. Cuando dejaron de haber voluntarios para asumir esta responsabilidad, tomaron el relevo los bares del municipio, pero su implicación también tuvo fecha de caducidad.

INICIATIVA // Ante el riesgo de que una conmemoración tan arraigada desapareciera, el párroco de entonces, Mossén Burgos, «se puso en contacto con un vecino, Paco Estañol, y le propuso que fueran los quintos de ese año quienes asumieran el encarpo», explica el actual presidente de la Quinta del 61, Jesús Casino.

Aceptaron el reto. «Fue una fiesta austera, porque entonces no manejábamos los presupuestos que se dedican ahora, creo recordar que cada uno aportamos 300 pesetas». Sin embargo, la esencia del pasacalle y todos sus elementos singulares se mantuvieron. Fueron cuatro passaes, porque tuvieron cuatro clavarios: José Bueso, Antonio Gavara y los ya difuntos Francisco Roselló y Manolo Recatalá. Pero no faltaron los carros, la hoguera, els rotllos y la mistela. Y hasta hoy.