Lo de ayer fue una concatenación tal de despropósitos que si quitamos a Varea, que cumplió con creces, el resto es para tomarlo como ejemplo de lo que no debería haber pasado.

Era la de Victorino uno de los platos fuertes de la Feria de Magdalena, anunciada como homenaje al que fue mejor ganadero del mundo. Se trata de una idea excelente, tal y como demostró la magnífica entrada a pesar de la tarde de perros que se auguraba. Sin embargo, el encierro seleccionado no estuvo ni de lejos a la altura que tal ocasión merecía. Es ésta una plaza acostumbrada a encierros de la A coronada con mucho más trapío y mejores hechuras. La memoria de Victorino merecía bastante más.

Hace años los toreros banderilleros punteros se anunciaban de forma regular con hierros duros y eran auténticos expertos, como Esplá, Mendes... Sin embargo ahora ni torean juntos ni se encierran con otros toros que no sean los que torean las figuras. Pasa que uno se acostumbra al toro cómodo y cuando llega el Victorino ni se tiene oficio ni capacidad para salir airoso del trance.

De toda la vida las figuras se han encerrado de forma puntual con algún encierro como el de ayer, pero lo han hecho en plenitud de facultades, cuando sus carreras estaban en la cúspide y aun así la jugada no siempre ha salido redonda. Pretender hacerlo en las postrimerías de su carrera merece todo el respeto. No obstante, luego hay que justificarse en la plaza y cuando ya cuesta triunfar con lo que se torea habitualmente, con este tipo de ganado puede pasar lo que pasó, que el toro se fue al corral.

Finalmente, desde aquí quiero dar mi reconocimiento a la afición que supo aguantar estoicamente el chaparrón, en todos los sentidos.