Resulta complicado explicar porqué muchas tardes el resultado numérico poco tiene que ver con lo que realmente pasó en la plaza. Así ocurrió en la tarde de ayer en Castellón, donde se volvieron a abrir dos puertas grandes con tan poca consistencia como las que ya hemos vivido esta semana.

Morante de la Puebla se las tuvo que ver con dos desechos que apenas ofrecieron opciones. Su primero, de hecho, no le dio ninguna, y el segundo pocas. Y, pese a ello, recetó cuatro series excelentes que fueron, junto a la estocada al último de Manzanares, lo poco de calidad que ofreció la tarde. No pudimos ver volar el capote del de la Puebla del Río y eso sí que es una auténtica desdicha.

La cantidad la puso Castella, que a este si que le tocaron dos ejemplares excelentes, con dos faenas tan largas como faltas de alma. Tandas y más tandas, incluso variadas en sus formas y ejecución, pero de tan poco calado que apenas arrancó dos apéndices a toros que pedían a gritos que les cortaran las dos con que salían por chiqueros. Lo de parar, templar y mandar es algo que cada vez cuesta más de ver en las plazas.

El postureo tuvo como protagonista a Manzanares, o como se ha dicho toda la vida: toreo pinturero. La figura compuesta a la perfección, la plasticidad desbordante, pero pases, lo que se dice pases, ni uno. Otros dos ejemplares de Núñez del Cuvillo echados a perder en una búsqueda de la forma tan intensa que no deja espacio para el fondo.

Por cierto, mi enhorabuena a la presidencia que un día más, y ya van dos, ha sabido medir con coherencia la concesión de trofeos. No soy yo cicatero en lo que a dar orejas se refiere, pero un mínimo de rigor es imprescindible si queremos tener una feria mínimamente seria.