El 6 de noviembre de 1847 tomaba posesión de su cargo de jefe político de la provincia de Castellón Ramón de Campoamor. El literato asturiano, afiliado al partido moderado de Narváez, se había ganado la voluntad de la reina madre, María Cristina, al dedicarle su libro de poemas, Ayes del alma, recompensado, en 1846, con su nombramiento de consejero real. Castellón fue su primer cargo de gobierno, al que accedía con decidido ánimo de trabajo y de llevar a cabo acciones y reformas, que bien podrían encajar con criterios propios de la Ilustración.

No le debió causar muy buena impresión al poeta de Navia el estado de la capital, cuando, a los pocos días del inicio de su mandato, convoca al plenario del ayuntamiento y prescribe un acuerdo según el cual manda a los vecinos, que en el término de tres días, arreglase cada uno el espacio viario frente a sus respectivas casas con grava o cascajo menudo, incurriendo en multa de diez reales caso de no hacerlo. Asimismo obliga al ayuntamiento a hacer lo propio con las calles y plazas de su incumbencia y a cimentar un trazado de aceras en las vías públicas que no disponían de ellas. Otra de sus órdenes inmediatas fue la de prolongar el encendido del alumbrado público hasta las 12 de la noche, así como el replanteo de los reverberos de aceite, para aumentar el poder reflectante de las candelas.

Una cuestión que pronto preocupó a Campoamor era el estado del viejo Camino del Mar que unía el Grao con Castellón, no reformado desde tiempos de su creación por Jaime I, pese al uso, cada vez más reiterado, al que era sometido.

No fue tarea fácil convencer a los concejales de que echaran mano de las onzas del barret roig en el que se guardaban los doblones del Ayuntamiento de la ciudad, a modo de intocable reserva, para acometer las obras del trazado de la nueva vía (hoy Hermanos Bou). También la Diputación aportó una gran parte de su presupuesto anual para costearla. No era Campoamor, a lo que se ve, amigo de ralentizar sus acciones. En efecto, las obras comenzaron el 13 de diciembre de 1847, bajo la dirección de Melchor Martí Bellver, comisario de Montes y Plantíos.

Saraos y poemas

La ceremonia de colocación de la primera piedra tuvo el típico boato institucional con banda y música, para solemnizar el cavado, azada en mano, por los gerifaltes, seguida por la noche, de un baile de gala en el salón de sesiones del ayuntamiento. El baile, propuesto por el gobernador, quien como buen cortesano era amigo de este tipo de veladas, tuvo su precedente en el organizado para el día del santo de la reina, en el palacio del obispo, sede de la intendencia provincial, que tuvo una gran aceptación social al decir de las crónicas periodísticas de la época.

Las damitas locales, a buen seguro desplegaban en estos saraos, que la sociedad pudiente local asumió con agrado, todos sus encantos para seducir al aún soltero jefe político de 30 años, quien no escamoteó su galanura con algunas de ellas, como lo demuestra la romántica quintilla dedicada a las señoritas de Sanz que publicó el Semanario pintoresco:

«Lee en mis versos pasión,

lee en ellos mi eterna fe

que aunque son palabras, son

pedazos del corazón

que en mi delirio arranqué».

A los cuatro meses del inicio de las obras del Camino de la Mar, ya se habían finalizado las tres cuartas partes de su recorrido. Pero las malas cosechas de los dos años subsiguientes, la revolución y crisis de 1848, consecuencia del destronamiento en Francia de Luis Napoleón y el estallido de la segunda guerra carlista, frenaron el trazado que no se concluyó hasta 1850, cuando ya hacía dos años que el escritor asturiano había abandonado las tierras castellonenses.

Campoamor tenía muchas ideas en cuanto a la mejora y ornato de la capital, a la que festivamente llamaba «mi insula Barataria», pero el peculio monetario con que contaba era muy limitado: una avenida entre el camino real de Valencia y el de Almassora, que de alguna manera recordara el madrileño Paseo de Recoletos, un teatro, que ofreciera más posibilidades que el insuficiente saloncito anexo al jardín de los Tirado en la calle Mayor, o la propuesta a la Diputación para crear un banco provincial con funciones de caja de ahorros, que tampoco pudo realizarse.

Tan solo progresaron sus disposiciones sobre beneficencia domiciliaria, con la creación de unas juntas de damas locales que ayudasen a los necesitados y enfermos. La de Castellón presidida por Isabel March, la esposa del exalcalde Antonio Vera, contaba como secretaria con Amalia Fenollosa, la eximia poetisa local, con quien el gobernador mantuvo una estrecha relación por su común afición a la rima.

Gobierno por decreto

Nada partidario de la por él llamada «hipócrita ciencia de la tramitología», gobernaba por decreto, prescindiendo de las opiniones políticas de los munícipes y de los representantes de los partidos políticos. Esta actuación dictatorial le valió numerosos enfrentamientos y quejas ante el gabinete estatal y tiranteces con las corporaciones locales y provincial, que llegó a requerirle cuentas claras de su gestión económica en un oficio celebrado el 28 de julio de 1848.

No fue fácil el año que duró el mandato del escritor naviego en nuestra provincia. En efecto, a los problemas políticos de administración, se unieron dos acciones revolucionarias, ya referidas: Una fue la segunda guerra carlista y la otra la revolución de 1848. La primera supuso una serie de levantamientos populares en distintos puntos de Cataluña que trasvasaron al territorio del Maestrazgo.

Campoamor multó a los alcaldes de San Jorge, Albocàsser y Benassal por negligencia al no avisar de la presencia de partidas carlistas y fue colaborador decidido del capitán general Juan Villalonga, en la campaña militar contra los motines republicanos y las bandas montemolinistas, llevando a cabo duras acciones represivas contra estos grupos. De hecho el periódico El Balear del 11 de junio de 1848 ofrece un parte del jefe político de Castellón en el que refiere haber sido pasado por las armas en Segorbe el paisano José Villagrasa (El canario), por haber pertenecido a la facción republicana y haber sido cogido con las armas en la mano. El gobernador firmó, al decir del profesor Pérez Prendes, «sin estar convencido de ello, ya que no estaban nada claras las razones por las que se le condenaba». En fin, actitud extraña en un personaje que en sus escritos se declaraba firmemente opuesto a la pena de muerte.

En verdad, las relaciones entre los políticos de la provincia y su supremo mandatario distaron mucho de ser cordiales, siendo su figura muy controvertida en su tiempo, como lo prueba la fría despedida de que fue objeto por el ayuntamiento castello-nense cuando el 29 de octubre de 1848 marchó para ocupar el mismo cargo gubernamental en la provincia de Alicante.

Pistola en mano

La prensa madrileña se hizo eco de las acciones dictatoriales del jefe político de Castellón, cruzándose dicterios entre éste y un editorialista que resultó ser el político José Polo de Bernabé i Borrás, de tan gloriosa memoria en Vila-real como introductor del mandarino desde 1835. El enquistamiento de las invectivas entre ambos, llevó a Polo a enviar sus padrinos al poeta y gobernador, retándole a un duelo a pistola. No sabía el pobre Polo con quien se las iba a ver. Los lances de honor propios del romanticismo eran «fruta del tiempo» en el entonces. Tan literarios como trágicos, tuvieron como protagonistas a un buen número de escritores, entre ellos Alarcón, Blasco Ibáñez, Valle Inclán o Espronceda.

El desafío entre Campoamor y Polo de Bernabé se llevó a cabo en Valencia, disparando primero este último, que erró el tiro. Llegado su turno, el poeta levantó hacia el cielo el brazo armado y disparó al aire, perdonando la vida a su retador, que desde entonces se convirtió en su amigo. Se ve que el vate, además de con la pluma, era muy diestro con las armas porque en otro duelo, éste a espada, años más tarde, hirió en la cara y en la mano al general Juan Bautista Topete, quien encabezaría la insurrección contra Isabel II, de la que el escritor era acérrimo partidario.