Escribo estas líneas del periódico para decirles que en la esquina de mi calle hay un cartel. Un cartel de muy vivos colores con trajes y símbolos alegóricos. Con cintas de verde Magdalena. Una de estas mañanas, al salir de mi casa, lo he visto. Y me ha hechizado su luz. Ha sido para mí como un foco luminoso que me ha hecho parpadear durante unos instantes; para llenarme los ojos y los sentidos de un halo de recuerdos infantiles

-de alpargatas, caña, rollo y pañuelo al cuello-, con las primeras emociones de una Romeria para mí inolvidable, de nostalgias evocadoras. Y, saltando sobre los años y los tiempos que puedan contarse y medirse en la corta vida de un ser humano, me ha llenado los ojos y los sentidos de historias y tradiciones. Y ha surgido la chispa. Y he comprendido enseguida que, más allá de las imágenes que en el cartel destacan, estaba la auténtica raíz de la fiesta. Estaba el glorioso y trascendente significado de la tradición de un pueblo. De Castellón.

Ya digo, en la esquina de mi calle hay un cartel. Un cartel pegado a la pared. Y la historia y la tradición de mi pueblo con él. Y he vuelto a pensar que un pueblo sebe cimentar sus obras y sus acciones, en su propia tradición. Sólo así podrá caminar al compás de su destino. Sólo así podrá valorar y valerse de sus raíces humanas e históricas al proyectarse hacia el futuro.

Haciendo sonar el tambor de la ilusión, vistiendo los colores vivos y calientes de una manta típica y esencialmente nuestra, cubriéndose con el pañuelo que les protegía de la humedad y del frío, del viento y del sol, iluminando y apoyando sus acciones con el farol y la caña, nuestros antepasados tuvieron el gesto valeroso y trascendente, de trasladarse del monte al llano. Yo diría que, con ello, se marcaba una pauta en el transcurrir del tiempo. Yo pensaba al contemplar el cartel pegado en la esquina de mi calle que aquellos hombres y aquellas mujeres, supieron ser y estar en el momento que les exigía la historia para marcar el jalón que separa a la humanidad que todavía vive en los montes para protegerse de los ataques humanos y bíblicos, de la que va en busca del llano. En busca de la tierra otra vez. En busca de la libertad y el bienestar humanos y terrenos, antes de volver y definitivamente a la tierra.

La Magdalena ya está aquí

Y cuando al contemplar el cartel pegado en la esquina de mi calle veo que junto a mí pasan los carros repletos de naranjas, huele a hortaliza fresca, a tierra removida y cultivada, a cemento que levanta casas y soy testigo de febriles afanes e inquietudes, comprendo y valoro la trascendencia de aquel hecho histórico.

En la esquina de mi calle hay un cartel. Lo he visto una de estas mañanas al salir de mi casa. Y me ha hecho cerrar los ojos para ayudarme a pensar. A pensar que estoy viendo el desfile del Pregó. Y cuando la Romeria de les Canyes, veo a lo lejos la ermita blanca de la Magdalena; cuando corra tras las tracas y goce de las mil y una fiestas y atracciones.

-¿Quin fillol oblidaria la rabassa maternal? Sí, con más fuerza que nunca, al contemplar el cartel pegado a la pared en la esquina de mi calle recuerdo los versos del poeta.

Y he sido capaz de ver en la imaginación el sentido de la tierra que nos da felicidad a todos en estos días de fiesta. Es lo que deseo a todos los lectores, al contemplar el cartel pegado a la esquina de mi calle.