Si algo tiene la Cavalcada del Pregó es su capacidad de sorprender. En la retina de los miles de espectadores (también en los flashes de móviles inquietos sacados ex profeso para la ocasión) se fueron grabando estampas irrepetibles, únicas y cadenciosas. No es todos los años lo mismo, aunque lo parezca, ni tampoco son las mismas leyendas, pero también.

Por ello, el esplendor inunda cada escena, cada gesto, cada acción, de felicidad, disfrute aventurado, etnografía palpable y pompa y circunstancia, como si fuera una marcha triunfal.

Es el caso de la reina de las fiestas, Carla Bernat, y su corte de honor, con las damas de la ciudad y las madrinas de las gaiatas (también la gaiatera de la casa regional de València en Zaragoza), vuelos blancos de palomas saludando con sus pañuelos de encaje. O, el pregoner, Salvador Ramos, con la letanía de los versos de Bernat Artola proclamando la luz inmortal: per lluminosos camins / ulls de l’enteniment / llum de l’amor filial / llum antiga...

Pero, también, y antes del acequiero mayor, prohombre de la huerta, las estampas castelloneras de las parejas con picas de flores y cestas de colores, de los sectores de la fiesta de la ciudad.

Y, mucho antes con cada una de las representaciones de los pueblos de las comarcas castellonenses, en un tándem capital-provincia difícil, casi imposible de separar.

Con la novedad este año del carruaje de la Festa de Sant Antoni de Sant Joan de Moro; con las riquezas de las danzas de Peñíscola y la Todollella, con las carrozas de Almassora, Vila-real..., con la tradición una capital de provincia en su soberano poder.