Era tiempo de merienda. Una parada casi obligada en los tendidos de esta plaza, yo diría que un acto litúrgico. Intocable, como en muchas otras plazas de España. Por eso, las figuras, los que tienen el privilegio de elegir condiciones y exponer sus caprichos, siempre han declinado abrir plaza. El hecho de romper el hielo de la tarde o evitar las meriendas, ha sido el principal inconveniente para aumentar el mercurio de la pasión. Pues en esa tesitura se vio Diego Ventura frente al cuarto. No podía imaginar que aquel público amable y bondadoso, excesivamente conformista, se mostrase indiferente ante el toreo delicioso que iba esculpiendo a lomos de Sueño. Tuvo que llamar la atención vociferando y hasta arrancándose el botón superior de su chaquetilla. Ahí reaccionó la gente. Dejaron las rosquilletas, los ximos, las empanadillas, el embutido del interior, y comenzaron a soñar despiertos, a embelesarse con las maravillas de un caballo único como es Sueño. Una estrella. Todo un caballo torero capaz de convertir su grupa en una muleta, de galopar de costado llevando los pitones cosidos sin importarle los cambios de ritmo en las embestidas del toro. Castellón comenzó a darse cuenta y acabó claudicando al toreo puro y verdadero de este sevillano, que nos hizo soñar el arte del rejoneo con una delicia de caballo.

Y si el toreo de costado tuvo emoción y temple, ni que decir de los dos quiebros. Más que perfectos, sin ningún atisbo de ventaja o alivio, dando los pechos del toro, con la verdad por delante dirían los revisteros antiguos.

El amago en el momento justo y el embroque reunido y ceñido en medio de un suspiro. Los momentos de mayor verdad durante las dos horas de espectáculo. Si en el toreo debe haber también emoción y riesgo, estos dos quiebros lo tuvieron.

Cambió Diego de caballo y ya no fue lo mismo. Se equivocó y bajo el tono de la faena. Salió Fino, un caballo joven con algo especial al que esta vez le falló el corazón. Al igual que los artistas, la inspiración no le llegó en su horario laboral. Así que el relevo, Remate, que es lo mismo que decir un seguro de vida para el tercio final, le dejó colocar un rejonazo entero y un descabello. Oreja con petición de la segunda.

Diego puso el listón muy alto en el primer toro de la tarde, con una faena en la que sobresalió el temple y la técnica para saber aprovechar las condiciones del toro. Tardó en enterarse el de Jódar y Ruchena. No es que saliera abanto, pero estuvo más pendiente de los capotes que de los caballos, a las que no veía como enemigos, acostumbrado quizá a sentirlos como algo propio con lo que se acostumbró a vivir durante cuatro años en el campo. Pero sintió el hierro de castigo y la cosa cambió. Se enceló en las cabalgaduras y fue un buen toro, con boyantía y buen tranco.

LOS MEJORES MOMENTOS / Los mejores momentos se vivieron con Nazarí a dos pistas, recorriendo el anillo con un temple exquisito. Nazarí es otro de los caballos estrella de la cuadra del sevillano, un caballo con experiencia y con faenas para el recuerdo a sus lomos. Con Ritz arriesgó en banderillas antes de abrochar con tres cortas al violín a lomos de Remate. El mal uso del rejón de muerte le dejó sin premio. Y también sin puerta grande. Importante el regreso de Diego Ventura a esta plaza. A pesar de no lograr esa salida en volandas, dejó las mejores sensaciones de la tarde.

A Lea Vicens le dieron una oreja como premio al conjunto de su actuación. Fue en sexto de la tarde donde obtuvo tal premio, en una faena de menos a más ante un buen toro que tuvo nobleza y calidad. Los mejores momentos de la francesa llegaron con Bético, con quien hubo más ajuste y temple en los embroques. No le falló su gran estrella de tantas tardes. Antes no había acabado de estar del todo acertada.

Clavó dos rosas y a pesar de que el rejón de muerte le jugó una mala pasada, cortó una benévola oreja que el público pidió con fuerza, entregado al toreo alegre de esta amazona.

Bien presentado el tercero, tuvo cuajo y hechuras típicas de su encaste. Sin embargo, fue un animal muy venido a menos y poco le ayudó. Estuvo inteligente a la hora de cambiar terrenos, y de meterse muy encima para obligar a embestir al astado. Por encima del toro la francesa, que dejó momentos estimables con Bético y Bazuka. Dejó un buen rejonazo al segundo intento. Hubo leve petición y dio una vuelta al ruedo.

DE VACÍO / Castellón vio la cara más bulliciosa de Leonardo Hernández, quien, aunque puso todo de su parte y supo conectar con la gente, se fue de vacío. La culpa, no matar a la primera.

Su primero fue un toro que no acabó de entregarse y que resultó algo agarrado al piso. El extremeño buscó siempre el calor del público. Destacó en banderillas en dos quiebros que tuvieron ajuste. El quinto fue un toro algo aquerenciado y reservón, pero le valió a Hernández, que desplegó todos sus recursos, para acabar firmando una faena de gran conexión con los tendidos. Labor de garra en la que expuso, pero de nuevo el rejón de muerte le dejó sin premios.