Las fiestas de la Magdalena están impregnadas de elementos simbólicos y reales en donde la historia y la leyenda se conjugan armoniosamente con un encanto singular. Entre estos elementos, uno, la gaiata, ocupa un puesto especial, hoy convertida en monumento iluminado y artístico, luz y color en movimiento o estático, alrededor del cual giran diversos actos, pese a su origen modesto y utilitario. La histórica o legendaria bajada del Castell Vell fue posible gracias a la luz de aquellas gaiatas que, a modo de antorchas, iluminaron los primeros pasos de los nuevos habitantes del llano, como recuerda el Pregó de Bernat Artola: «Que la ciutat té l’honor/de vindre de l’antigor/per lluminosos camins».

Antes de la revolución magdalenera de 1945 hay constancia de una gaiata de mayor porte que las antiguas construida en el siglo XV. Y autores como Llorens de Clavell, a finales del XVIII, refiriéndose a la Tornà de la Romeria, decía que «van mugeres (sic) y niñas llevando muchas luces en gayatas de caña que forman y se llama la Procesión de las luzes (sic)». No menos explícita sobre las gaiatas es la descripción de Sarthou Carreres, al hablar de los grandes y largos cayados de los que colgaban «farolillos de cristal de varios colores».

Seis monumentos en 1863

El número de gaiatas ha ido creciendo; así, el cronista de la ciudad, Antonio Gascó, cita la cifra de seis en 1863. En el año 1945, año en el que se recuperan los monumentos de la festa plena de Castellón en su renovada semana grande, desfilaron 12 gaiatas que ya preludiaban la evolución posterior.

Hasta llegar a este punto, las discusiones fueron frecuentes y acaloradas: la influencia de las fallas valencianas pesaba mucho sobre la concepción gaiatera. Algunos defendían el modelo fallero, con figuras antropomórficas y posterior quema; otros, se inclinaban por la diferencia entre ambas concepciones, cuyos orígenes y simbolismo eran bien distintos.

Un visionario, Antonio Pascual Felip (y no el poeta Bernat Artola, como erróneamente en algún lugar se ha dicho), acalló las discusiones con una genial definición: «la gaiata -dijo- és un esclat de llum sense foc ni fum». Mayor concisión y realismo no podía darse. Cesaron así las discusiones en torno a tan trascendental dilema. El monumento del escultor Tomás Colón materializaba en 1947 las proféticas palabras, que la evolución posterior se encargaría de confirmar.

Los orígenes de la ciudad

Hoy, las 19 gaiatas existentes arropan el carácter de «fiestas de la luz» de la celebración de la Magdalena y desfilan majestuosamente por la ciudad, acompañadas por las xiquetes del meneo, los acordes del Rotllo i canya del inmortal maestro José García y el entusiasmo del numeroso público que asiste a la procesión y a la Encesa de les gaiates, pero no a su quema -como hubieran querido algunos-, aunque siempre con el recuerdo de los orígenes de nuestra ciudad, lo cual, como dice el poeta, «és deure que manifesta /orgull de genealogia». H