Lhistoria de la basílica de Lledó va ligada a la de la ciudad de Castellón. Por eso, las crisis económicas y demográficas así como las enfermedades y las epidemias sufridas por los habitantes de la ciudad, se han visto reflejadas en la memoria de este sagrado santuario. Que no sólo ha sido lugar de oración y de encuentro con lo divino sino también recinto para la cura de enfermedades, el escenario de saqueos o de intento de robos e incluso zona estratégica para asaltos. Como así lo confirman algunos escritos que hablan de este lugar tan emblemático para los castellonenses, entre los que destacan algunas actas del ayuntamiento y conocidos libros de la historia local. En todos ello se hace alusión a un siglo XIX cargado de acontecimientos relevantes y significativos para el mencionado lugar de devoción mariana.

Si por algo hemos de comenzar a hablar es de la hambruna que la ciudad de Castellón sufrió en 1802. Una situación que fue precedida por sequías y también inundaciones -con el desbordamiento del río Mijares y la rambla de la Viuda-. Y por si fuera poco, por las bajas temperaturas de unos inviernos difíciles de soportar. Una serie de circunstancias que repercutieron notablemente en la agricultura y que desembocaron también en una fuerte crisis económica que después paso también a ser demográfica.

El hambre y, especialmente, las epidemias (en este momento, la fiebre amarilla) azotaron tremendamente aquella sociedad y dejaron a su paso muchos muertos. Ante esta situación la casa prioral de Lledó se convirtió en un improvisado hospital, para atender a decenas de enfermos que eran trasladados allí para ser atendidos. Como consecuencia de esto y para mayor seguridad se decidió trasladar a la Virgen del Lledó, a la ciudad.

Inversiones de las rentas

Todas estas crisis también tuvieron su impronta en la organización y administración del santuario. Y así lo refleja la sesión del día 4 de febrero de 1801 donde se lee claramente que existía «un gran abandono en el templo, tanto en los ornamentos sagrados como en los enseres y otros utensilios pero, sobre todo, en las inversiones de las rentas».

Por ello se urgió para dar una solución que fuera eficaz y que a la vez evitara un descuido que pudiera comprometer de forma negativa en la devoción de los fieles. Y entre otras medidas se decidió redactar un nuevo inventario de los bienes, adornos y alhajas de Nuestra Señora de Lledó.

En esta época tan convulsa y difícil por muchas cuestiones era fácil que se produjeran robos por culpa de la dejadez o de las distracciones. Respecto a esta cuestión podemos decir que gracias a la influencia del gobernador de la época, el santuario de Lledó no llegó a profanarse y fue respetado en cierta medida. Aunque no hubo destrucciones, existen algunas notas históricas que refieren a saqueos (en concreto a algunas piezas de plata, como candelabros) por parte de los franceses. Y queda registrado que tanto las joyas de la Virgen como otros objetos utilizados para la liturgia, pudieron salvarse, porque fueron escondidos en otros lugares particulares o bajo tierra.

El saqueo de las joyas

De los intentos de robo de los que habla la vox populi hay que destacar uno que se produjo la noche del 5 de septiembre de 1825, por culpa de la mala atención y de la escasa vigilancia. Se cuenta que al finalizar la fiesta de la Virgen, unos ladrones entraron en el interior del templo buscando las preciadas joyas de la venerada imagen, pero no consiguieron dar con ellas. Al día siguiente y según queda registrado en un acta de la sesión ordinaria municipal, se ordenó el traslado de las principales alhajas a la casa consistorial, redactando un completo inventario de los bienes.

Tampoco podemos pasar por alto que en 1822, Lledó fue también provisional Casa de la Beneficencia para la acogida y educación de niños huérfanos. Una cierta sensibilidad de tipo social nació en esa época y buena prueba de ello fue este gesto tan significativo que abanderó el ayuntamiento de por aquel entonces. Así pues, la nueva institución quedó instalada en la casa prioral, pasando dos años más tarde a otro edificio y con el tiempo al desaparecido convento de dominicos, en la plaza Fadrell.

Y por si fuera poco, en este convulso siglo XIX, también el santuario fue parada y lugar estratégico para el asalto. Lledó desempeñó un papel decisivo y de gran importancia en la lucha entre carlistas y liberales. Las huestes carlistas fueron ocupando durante el anochecer del 7 de julio de 1837 las alquerías cercanas al templo así como la ermita del Calvario y las poblaciones de Vila-real y Almassora. Y las huestes de José Miralles, ‘el Serrador’; y de Vicente Barreda; se refugiaron en el santuario del Lledó.

Las campanas, repuestas

No hay documentación alguna que diga con exactitud el estado en que quedó el santuario tras los enfrentamientos, ni un balance de los daños sufridos. Pero si se sabe que para evitar el robo por parte de los carlistas de la imagen de la Virgen, esta fue trasladada con anterioridad y en secreto, hasta la iglesia mayor, donde permaneció hasta el final de la guerra (el 6 de septiembre de 1840). Y como dato curioso se sabe que con el regreso de la Lledonera a su templo, el ayuntamiento repuso todas las campanas de las ermitas del término, que fueron retiradas de sus espadañas por culpa de la guerra.