El próximo no será un 8 de marzo corriente. Los ritos habituales, de acuerdo con los cuales se celebraban manifestaciones más o menos nutridas en las principales ciudades españolas y luego cada cual volvía a lo suyo, van a dejar paso a una movilización política y social previsiblemente sin precedentes. El año pasado, la convocatoria de huelga y lucha abierta lanzada por organizaciones feministas, sobre todo latinoamericanas, con motivo del Día Internacional de la Mujer ya prefiguraba ese salto cualitativo. Pero nada hacía pensar en la imparable oleada de llamamientos a paros, manifestaciones, concentraciones y otros actos que se produce desde hace días. La exigencia de igualdad salarial, paridad en los centros de poder, erradicación radical del acoso y la violencia machista y otras reivindicaciones de género ha estallado. Igualdad real, y no solo legal. Y ello en paralelo a la movilización de otros colectivos golpeados por la crisis y maltratados por la nueva realidad económica (véase los pensionistas). Se está gestando un nuevo fenómeno de protesta social.

En España, las mujeres han sido uno de los grupos (extenso grupo en este caso) castigados por el duro ajuste laboral. Los datos sobre la desigualdad de rentas están ahí. El fenómeno de la brecha salarial responde a una realidad compleja, pero siendo una de las banderas de la protesta no parece la más acuciante. Los casos de acoso sexual en los propios centros de trabajo o en cualquier otro lugar, como la lacra de la violencia machista, son otra poderosa causa, agigantada por movimientos específicos como el #MeToo y los gestos de mujeres conocidas, empoderadas y liberadas, que han denunciado la opresión, la cosificación y los abusos que sufrieron en algún momento de su vida.

En este contexto, la movilización del 8-M tiene sentido, como lo tiene el eco que encuentran convocatorias y llamamientos. Las mujeres toman plena consciencia de sus intereses y captan, asimismo, hasta qué punto son víctimas de una discriminación a veces sutil a veces brutal. Estereotipos culturales que han relegado lo relacionado el ámbito femenino y que siguen vigentes habrán de saltar por los aires. La igualdad es un objetivo posible, necesario y eternamente progresista.

La intensidad del próximo 8-M que viene no debería sorprendernos a nadie. Es la historia, que se abre camino.