Tras la salida de Mariano Rajoy y la decisión de María Dolores de Cospedal de dejar la presidencia del PP de Castilla-La Mancha, la renovación del partido conservador se completa con el abandono de Soraya Sáenz de Santamaría de la vida política. Con esta decisión, la exvicepresidenta del Gobierno rechaza erigirse en oposición interna de Pablo Casado y cierra una etapa, la del marianismo, en la que la formación de derechas alcanzó enormes cotas de poder.

Funcionaria del Estado, Santamaría nunca fue una política de partido; su especialidad era la gestión de la Administración. Pese a ello, logró imponerse en la primera ronda de las primarias del PP, y Casado necesitó un pacto con los fieles de Cospedal para derrotarla. Fracasado su intento de liderar el partido, Santamaría opta por abandonar la política con la sensación de que fue tal vez la política quien la abandonó a ella. La crisis catalana le pasó una enorme factura a la entonces vicepresidenta, responsable de la Generalitat mientras duró la aplicación del artículo 155 de la Constitución y cabeza visible de una operación Cataluña que llegó tarde y mal y, por tanto, fracasó.

Pocas personas han acumulado tanto poder en la España democrática como la vicepresidenta Santamaría. Es el suyo un legado plagado de claroscuros, pero ni siquiera sus mayores adversarios le niegan una tenacidad y una capacidad de trabajo que se han revelado insuficientes para dar el salto al liderazgo político.