Hay aniversarios que llegan en momentos en los que hay poco que celebrar. Y el de los 60 años de la firma del Tratado de Roma que fue el acta fundacional de lo que hoy entendemos por Unión Europea podría ser uno de ellos. La decepción, el desencanto, se han apoderado de la ciudadanía ante unos dirigentes que ni siquiera en la elaboración del documento conmemorativo se resistían a aparcar diferencias con la mirada puesta en sus votantes. Sin embargo, la paz y la prosperidad en la que ha vivido en estas seis décadas una Europa con menor o mayor grado de integración indican que el proyecto lanzado entonces por unos visionarios valía la pena. Junto a estos beneficios están los errores, la falta de democracia interna y el alejamiento de los ciudadanos que, aun disfrutando de muchas ventajas, ven a Bruselas como algo lejano, que no les defiende bien como se ha reflejado en la crisis económica que ha sumido a los europeos en un estado de postración, despertando pulsiones nacionalistas extremas.

Quienes creen que hay una alternativa a esta Europa que funciona mal consistente en alzar barreras o aranceles, en dejar de compartir soberanía para recuperarla nacionalmente, en encerrarse en las cuatro paredes geográficas que la historia (por cierto, hecha de guerras) ha dado a cada uno de los países miembros, se equivocan. La realidad muestra que no hay alternativa a la unión. El terrorismo, que con demasiada frecuencia sacude nuestras vidas como hemos visto esta semana en Londres, es un ejemplo de que la renacionalización de las políticas no es una solución. En un mundo interconectado lo que necesitamos es compartir, ser fuertes en la unión. Por poner otro ejemplo, ¿qué país puede enfrentarse solo a grandes multinacionales cuando estas no respetan las normas de la competencia y actúan como carteles? La UE tiene los instrumentos necesarios para poder hacerlo y, de hecho, lo hace.

Si hace 60 años Europa resucitó, ahora ha llegado el momento de avanzar para construir lo que los europeos necesitan y reclaman: una Europa social en la que todos nos sentamos representados, integrados y respetados. La UE o será social o volverá a ser terreno abonado para la aparición de charlatanes con nefastas consecuencias como ocurrió en el pasado. Y eso es algo que ningún europeo debería olvidar.