Dice el artículo 9 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que «nadie podrá ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado». El sábado 11 de febrero tuve ocasión de hablar y emocionarme con el padre de Leopoldo López, el político venezolano encarcelado ahora hace tres años por el régimen chavista, que me pedía entre lágrimas que nunca dejáramos de luchar por la libertad.

Su hijo está acusado de una supuesta inducción a la violencia durante una manifestación contra el régimen y condenado en una pantomima de juicio que haría sonrojar al más pintado.

Leopoldo López pertenece al partido Voluntad popular, adscrito a la Internacional Socialista, lo cual no ha impedido que figuras tan alejadas en lo ideológico como Felipe González o José María Aznar, o dirigentes de diferentes partidos como Mariano Rajoy o Albert Rivera hayan unido esfuerzos y aparcado diferencias para poner altavoz a tamaño desafuero.

Pero tan importante es la presencia de quienes han querido unir sus voces para liberar a Leopoldo López, como sonora es la ausencia de aquellos autoproclamados voz de la gente, como Pablo Iglesias, que no pierden ocasión en jalear a los gobiernos más liberticidas del orbe.

Es muy difícil, pero al mismo tiempo maravilloso, ir descubriendo lo que significa la libertad, tanto política, como social y, sobre todo personal.

Es una auténtica revolución descubrir, como Albert Camus, que los fines no justifican los medios sino exactamente lo contrario. Unos medios que implican el atropello, el abuso, la injusticia o el crimen no pueden conducir jamás a ningún fin bueno para la humanidad. Los medios contaminan los fines y, por más generosos que parezcan, inevitablemente los distorsionan y los degradan.

También es maravilloso descubrir que el paraíso no es de este mundo, que todas las veces que en la historia se ha tratado de traer el paraíso a la Tierra, lo que se ha traído es el infierno. El mundo es perfectible y se debe mejorar aquello que no funciona, pero no hay soluciones simples para problemas complejos, como esa mercancía averiada que nos tratan de vender los populistas.

Que hay que aceptar que la diversidad existe y que crear un sistema que permita coexistir en la diversidad es en lo que consiste la democracia y la libertad.

No se puede negar la libertad en base a imaginarias utopías irrealizables que siempre desembocan en el totalitarismo.

Cualquier proyecto político digno de tal nombre deberá respetar los derechos soberanos de las personas, crear una sociedad democrática, respetar la diversidad, asumir la idea de que los derechos humanos deben ser respetados y que la justicia es absolutamente fundamental e indispensable si no se quiere renunciar a los valores esenciales de la humanidad.

¡Libertad para Leopoldo López y los más de cien presos políticos venezolanos!

*Vicepresidente de la Diputación