La catatonia es un estado psicológico, que produce inmovilidad física. La persona se queda en estado vigil pero sin poder responder a los estímulos externos. Existe una pérdida del movimiento voluntario. De vez en cuando los pacientes pueden decir frases sin sentido. También realizan repeticiones de movimientos estereotipados. Pero nada más. Su tratamiento se basa en el uso de terapia eléctrica, aunque también se puede utilizar antidepresivos o algún ansiolítico.

Los ayuntamientos, lamiendo las heridas de sus esquilmadas arcas municipales y los apretones que están recibiendo desde el Estado y desde la autonomía, se han quedado en una situación catatónica. No saben qué hacer. No hay dinero, ergo no hay ideas. Eso ya pasaba antes cuando sí que había dinero puesto que las ideas las aportaban los amigachos y los urbanizadores. Y los ayuntamientos se limitaban a controlar, en el mejor de los casos, y a cobrar, siempre. Sin el dinero de los bancos y sin el dinero de los inversores, ni de aquellos que se lucraron con las ventas de sus huertos, somos incapaces de reaccionar. Los ayuntamientos son, hoy, como los malos estudiantes que siempre encuentran excusas para no hacer sus deberes.

Hace falta un médico que les aplique un electroshock para que se pongan a trabajar con vistas al futuro y preparen los larguísimos trámites administrativos, a los que nos ha abocado la legislación de Rafael Blasco. De forma que, durante los años de vacas flacas y para cuando pase la crisis, no tengamos que empezar de nuevo y nos pille con suelo preparado y los deberes cumplidos. Es decir, poner en marcha la máquina de las ideas. Adelantar en el tiempo a nuestros catatónicos vecinos. H