Con un retraso de 11 meses desde que se activó el artículo 50 que fija el mecanismo para la salida de la Unión Europea y con dos discursos de por medio, Theresa May pronunció ayer otro en el que se esperaba que hablaría con la claridad que repetidamente se le ha exigido tanto desde Bruselas, como desde Londres y Dublín. Ciertamente, en sus palabras hubo bastante más realismo que el manifestado hasta ahora. Se esperaba que aclarase qué es lo que quiere el Gobierno, incapaz hasta ahora de mostrarse unido en una cuestión de vital importancia para el futuro del país, como es el Reino Unido al que se aspira desde Downing Street.

May admitió por primera vez y públicamente que la salida del Reino Unido de la UE tendrá consecuencias negativas para los británicos (también para los europeos) desmintiendo así la burda imagen repetidamente empleada por su ministro de Exteriores, Boris Johnson, y por el sector más recalcitrante del brexit de «tener el pastel y comérselo». Dijo la primera ministra que «nadie va a lograr todo lo que quiere», algo que cualquier negociador sabe es la base de todo pacto.

La discusión de la salida de la UE ha estado polarizada en torno a dos posibilidades, un brexit duro y uno blando. En su discurso de ayer, May reconoció que el Reino Unido perderá el acceso al mercado único y a la unión aduanera. Esto es bastante más realista de lo admitido hasta ahora, pero dejó demasiadas preguntas en el aire. Una de ellas, la relativa a Irlanda del Norte. Desde Bruselas se le había pedido claridad sobre la cuestión, pero ayer tampoco llegó. Cabe señalar que la relación entre Dublín, Londres y Belfast pasa por sus momentos más bajos en mucho tiempo.

La City de Londres tampoco ha creído que la primera ministra --que no por casualidad pronunció su discurso en la residencia oficial de la autoridad honorífica del barrio de los negocios-- haya despejado las incertidumbres. Si ha habido una política divisiva en el Reino Unido en muchas décadas ha sido el brexit. Por esto May hizo un llamamiento al pragmatismo y a la unidad nacional. Es un excelente deseo, pero son palabras vacías cuando la división más perniciosa que la propia May no ha podido desactivar por su propia debilidad es la que preside su gabinete, una debilidad que la mantiene en el poder porque nadie está dispuesto a cargar con el muerto del brexit.