Era una niña cuando Barcelona y España se sumieron en el sueño olímpico pero aún así conservo algunos recuerdos de aquel verano del 92. Imágenes de una antorcha olímpica, de deportistas demostrando al mundo su capacidad de sacrificio y de instantáneas de una ciudad colosal porque en aquel entonces Barcelona representaba y aunaba las aspiraciones del resto de ciudades del Mediterráneo: competitiva, cosmopolita, hospitalaria.

Todos quisimos ser y éramos Barcelona. Todo lo que allí se hacía era elogiado y copiado porque la capital catalana fue durante años el espejo en el que otras muchas querían reflejarse. Ese fue el caso de la campaña de comunicación Barcelona, posa’t guapa. A través de ella se pretendía fomentar la rehabilitación de edificios y se consiguió restaurar nada más y nada menos que 27.000, un tercio total de la ciudad. La campaña tuvo sus luces y sus sombras pero reveló algo que hoy de nuevo cobra --aunque terriblemente-- protagonismo, esto es, que el catalán es laborioso, solidario, entregado, pacífico. Ese es su tarannà, su manera de ser y de hacer.

Viendo las espantosas imágenes del atentado del jueves en la Rambla no pude evitar recordar a esos miles de barceloneses que trabajaron como voluntarios en las Olimpiadas, a los miles que pusieron guapa su ciudad, a los miles que el jueves se acercaron a los hospitales para donar su sangre, a los miles que ayudaron a las víctimas acatando las órdenes policiales, haciendo uso de sus taxis para transportar gratis a los viajeros… a bomberos, Mossos d’Escuadra, Guardia Urbana, Policía Nacional, Guardia Civil, voluntarios de Protección Civil… Cuerpos y fuerzas de Seguridad del Estado que el jueves corrían en sentido contrario al de miles de personas aterrorizadas haciendo gala de unidad frente a la tragedia.

Barcelona, contigo siempre.

*Portavoz del Grupo Municipal Popular en Castellón