En las últimas semanas han aparecido bebés muertos o abandonados en los lugares más inverosímiles: entre matorrales, en los aseos de una discoteca, en un contenedor, en una papelera o en un vertedero. Pero uno de los más espeluznantes ocurrió en Burjassot cuando la madre arrojó al bebé que acababa de tener por el balcón de su casa, falleciendo poco después. Antes, al menos, los abandonaban cerca de un convento de monjas.

Ante semejante atrocidad, es evidente que muchas madres jóvenes son inmaduras emocionalmente. Al enfrentarse a una maternidad inesperada o no deseada les entra vértigo y son incapaces de tolerar la idea de enfrentarse al compromiso de ser madre. Todo el miedo que les invade proviene del vacío moral que tienen. Es cierto que cada caso se tiene que estudiar por separado, pero también que en los últimos años, los jóvenes han hecho caso omiso del consejo de los padres. Es como si la experiencia de éstos últimos no sirviera para nada.

Si desmenuzamos las estadísticas de los niños abandonados, nos encontramos con diferentes casos: están los expósitos, de quienes no se sabe nada de su origen ni su nombre; los abandonados en un hospital, de quienes sí se sabe quién es la madre porque dio luz allí, pero no vuelve por el recién nacido (tan fuerte como el anterior, pero al menos el niño ya tiene apellidos y jurídicamente se maneja de forma diferente); también está el caso en el que la madre deja encargado al menor con una tercera persona y nunca vuelve a por él; también hay casos de venta del propio hijo, etc.

Pero, desgraciadamente, este tipo de aberraciones viene de lejos, ya que los primeros exploradores europeos que llegaron a China hicieron constar su horror al descubrir la enorme difusión del infanticidio en Asia. No obstante, en Europa, se prefería métodos indirectos de infanticidio como asfixiar a la criatura cuando la madre se llevaban a su niño de pecho a la cama y lo ahogaba echándose "accidentalmente" encima de él. Siglos de ignorancia y, al mismo tiempo, aberración no deben perpetuarse.

El abandono o el asesinato de niños, por fortuna, es actualmente condenado en todo el mundo occidental aunque es sabido que persiste. En cualquier caso, la crueldad es enorme, un abuso sobre un ser humano en estado de total indefensión, un crimen contra la humanidad.