Lo que empezó como una gran mentira mediante la manipulación grosera de la realidad va camino de convertirse en un gran desastre a fecha fija. Faltan solo siete meses para el 29 de marzo del próximo 2019, día en que debe consumarse la ruptura entre el Reino Unido y la Unión Europea, y la situación es de total confusión. No está claro si será una salida acordada que permita a Londres mantener unas relaciones comerciales, o una salida sin acuerdo alguno. En ambas alternativas y pese a la ominosa demagogia de los brexiters convertida ahora en un silencio igualmente ominoso, las consecuencias económicas serán malas. Mucho peor en el segundo caso.

La desinformación sobre lo que pueda venir es mayúscula. Una Theresa May extenuada al frente de un Gobierno debilitado en extremo por sus luchas internas, es incapaz de explicar a los británicos el horizonte que les espera. La oposición laborista, dividida también sobre esta cuestión, la ignora mientras se consume en un debate sobre el antisemitismo. Sin embargo, más de cien circunscripciones electorales que votaron a favor del brexit han virado ahora a favor de permanecer en el Reino Unido, de modo que la mayoría de diputados en la Cámara de los Comunes representan a un electorado que, pese a la desinformación y ante la incógnita del desenlace, prefiere seguir en la Unión Europea. El Reino Unido ha sido siempre un gran ejemplo de pragmatismo político. El Parlamento de Westminster, donde al final se librará la batalla, deberá hacer acopio de dicha virtud.