Querido/a lector/a no soy original ni descubro secreto si digo que la peña, la gente, está cabreada con la política y los políticos.

Por desgracia, esta apreciación no es nueva ni nos pertenece a los españoles en exclusiva. Pero es cierto que mientras que a lo largo de la historia toda profesión ha conllevado cierta nobleza, el drama de la política es que en ella esa nobleza siempre ha sido menos aparente y, en muchos casos, cuestionada. Aunque claro, también hay que decir que, a diferencia de otros países, en España hemos vivido situaciones singulares que no han ayudado al buen reconocimiento: por ejemplo, 40 años de franquismo proclamando que la política, o si se prefiere decir participar y decidir, no solo era mala cosa sino que encima era algo prohibido, perseguido y castigado. Después, creo, que a pesar de la llegada de la democracia política (ni social ni económica) algunos se desencantaron. Me refiero a quienes al no encontrar solución a sus problemas, se dieron cuenta de que la democracia solo era un marco jurídico de libertad y no el reino de la justicia social. En última instancia y con la crisis económico-financiera y las medidas extremas, son muchos los que han visto, y con razón, como una parte de los políticos han sido un tanto títeres que han olvidado su auténtico papel de mediación social, a la mayoría y al bien común, en beneficio de los poderosos, de quienes provocaron la crisis. Así que no es extraño, al menos entre los hispanos-ibéricos, que la política tenga desarraigo social y los políticos generen cabreo.

¿Saben lo peor?: Que en muchos casos, ese lógico cabreo, esa contra, no fecunda nada y no es suficiente. No es rebelde, no proyecta futuro ni esperanza y se queda en indiferencia improductiva y hasta con tintes reaccionarios. Por cierto, dice D. Innerarity que a esa necesaria ciudadanía hay que pedirle que comprenda y se comprometa en algo más que en la queja.

*Analista político