Tradicionalmente, el papel de padre era el de mantener económicamente a la familia. Durante muchos años, el padre trabajaba fuera de casa y traía el sueldo, y la madre criaba a los hijos. Semejante división tenía sus repercusiones hacia el padre, porque al delegar todas las tareas de crianza a la madre, acarreaba con ello un vínculo emocionalmente frío y distante con los hijos. Con alguna excepción se hacía extraño, hace unas décadas, ver a un padre abrazar a su hijo, expresarle afecto y/o hablarle con ternura. Mas bien el padre ejercía el papel de autoridad.

Afortunadamente, el estereotipo del rol masculino ha evolucionado hacia una implicación total en la crianza de los hijos, vinculándose emocionalmente con ellos. Ver a un padre realizando actividades tales como dar de comer, bañar, cambiar pañales, ayudar en la realización de los deberes, jugar al parque o ir a recoger a los hijos del colegio, es ya algo habitual. O lo que es lo mismo, el padre juega con sus hijos, se involucra en su educación y participa en la alimentación y el cuidado de los niños. Dicho lo cual, conviene indicar que no todo lo que representaba el rol paterno tradicional era malo. Saber poner límites a los hijos, ayudarles a que adquieran disciplina y a que sean responsables de sus acciones, son factores imprescindibles para que los hijos crezcan con valores e ideales óptimos. No podemos olvidar que los padres son los referentes de los niños. H

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)