Querido lector/a, el viernes me pasé un buen rato viendo jugar a fútbol a mi nieto Bruno. A pesar de que ese acontecimiento deportivo es de sagrada importancia y lealtad suprema para cualquier abuelo, a las 20.30 horas me fui porque en Canal Sur Televisión comenzaba la final del Concurso de las Agrupaciones Carnavaleras en el Teatro Falla de Cádiz. Y eso, para quien no lo sepa, es arte, vida y libertad.

En definitiva, digo que el Carnaval de Cádiz es la gente y, entre ellos, el coplero, sinónimo de músico, poeta, intelectual de pueblo…, de alguien que con una mirada crítica sobre la ciudad y su mundo, analiza la realidad, busca soluciones y, al compás de un pasodoble o un tanguillo, las presenta transformadas en ironía o humor cuando utiliza la chirigota o, en denuncia social, cuando se expresa a través de la comparsa. Un espíritu popular que, aunque lleve disfraces, su esencia sigue siendo la libertad de pensamiento y de cante y, contra la que nada pudo hacer ni la monarquía absolutista, ni el dirigismo ni la censura del franquismo.

Por cierto, hablando de la dictadura, confieso que mi pasión por el Carnaval de Cádiz aparece porque el franquismo suprimió las milicias universitarias a los estudiantes que tuvieran antecedentes políticos contra del régimen y, como represalia, nos obligó a ir a la mili normal. A mi me tocó la Marina y, un vez allí, me mandó a Cádiz. Encima, compartí litera con uno de los hijos de los componentes de antigua comparsa Los Beatles de Cádiz. En cualquier caso, aclaro, ese amor se debe al franquismo pero no pienso agradecérselo porque me lo recetó como castigo.

Querido lector/a, en definitiva, el viernes por la noche me senté, a través de la tele, en el Teatro Falla de Cádiz y vi y escuché a los grupos de los grandes, de Antonio Martín, de Juan Carlos Aragón, de Antonio Martínez Ares, etc. Algo único. Auténticamente español. Una inimitable lección de arte y humanidad.

*Experto en extranjería