Los dirigentes y exdirigentes del Partido Popular que desfilan estos días por el juicio del caso Gürtel sufren un curioso ataque de amnesia. En la mayoría de los casos no recuerdan si cobraron los sobresueldos que les atribuye la contabilidad b que llevaba Luis Bárcenas a la par que niegan que forzaran favores políticos a cambio de los donativos que les llegaban vía Francisco Correa. Resulta necesario recordar que los testigos tienen la obligación de decir la verdad, algo que no tienen los acusados, de manera que en casos como estos es lógico poner todas las reservas sobre las declaraciones de los acusados y creer a los testigos. Pero en este contexto, el olvido es tremendamente sospechoso puesto que puede buscar no caer en el perjurio.

La estrategia de los dirigentes del PP ante el tribunal que juzga una trama de posible financiación ilegal de la formación choca de lleno con el discurso que exhibe el partido ante el alud de acusaciones. El silencio es siempre inquietante por lo que tiene de posible complicidad con los acusados. Se puede entender que una persona como Javier Arenas, que lo ha sido todo en el PP, no recuerde el detalle de una conversación. Pero no explicar por qué su nombre, y el de otros dirigentes, aparece como receptor en los papeles de Bárcenas no deja de resultar sorprendente. Es una actitud que no se corresponde con la de una colaboración con la justicia que alegan permanentemente los cargos del PP y del Gobierno.

El PP y sus responsables siguen sin tener la suficiente credibilidad para diluir las sospechas de los múltiples casos abiertos por corrupción contra más de 700 dirigentes o cargos públicos. Decir que la justicia no ha dejado de actuar -cosa que es mérito de los jueces- o la exhibición de los resultados electorales como eximente sirve para salir del paso pero no para regenerar la confianza. Entre otras cosas, porque la posible financiación habría servido para competir electoralmente con ventaja.