Este mes de febrero ha concentrado en poco más de 15 días, y en una misma ciudad, los actos políticos más importantes para los dos principales partidos del panorama español: el 38 congreso federal del PSOE y el XVII congreso nacional del PP.

El primero se saldó con la elección de Alfredo Pérez Rubalcaba como secretario general de los socialistas. Partiendo de la base de que, a mi juicio y al de muchos otros, ninguna de las dos opciones representaban la necesaria renovación que requiere su partido tras la dramática pérdida de poder acontecida en las dos últimas convocatorias electorales ya que los dos candidatos son inseparables de la memoria de Zapatero y representan como ninguno la esencia del socialismo fracasado, sus bases apostaron por el continuismo en su forma de entender la política.

El congreso federal se cerró en falso porque las heridas siguen abiertas en el seno del PSOE y el tiempo de las guerras intestinas no ha pasado, es más, en algunos casos no ha hecho más que empezar. La sucesión de Zapatero parece haberse convertido en un ajuste de cuentas y de enfrentamientos personales y territoriales que les seguirá pasando factura salvo que se planteen seriamente cortar la hemorragia para evitar desangrarse. Y es que los socialistas salieron de Sevilla sin reubicar a su formación en la España del siglo XXI. A falta de ese programa de renovación ideológica, pendiente ya desde la caída del muro de Berlín allá por 1989, han pasado a convertirse en un comodín de la izquierda y de los nacionalismos más radicales.

Mientras tanto, el congreso del pasado fin de semana, en el que el presidente Rajoy salió reelegido con más del 97% de los votos de los compromisarios, ha puesto de manifiesto que el Partido Popular está concebido como una formación moderada que pretende actuar en la vida política de manera abierta y dinámica, que no renuncia ni a sus principios ni a sus señas de identidad y que rechaza frontalmente convertirse en una simple máquina de poder.

Hemos tratado de demostrar que nuestro partido comparte los objetivos y los medios de un plan regeneracionista que exige la sociedad (una sociedad que mayoritariamente nos avaló en las urnas hace menos de un trimestre) y que no renuncia, es más seguiremos buscando consensos, a que otras formaciones políticas se sumen para empujar y avanzar conjuntamente en la dirección correcta. Pero esa vocación conciliadora no impedirá que el presidente Rajoy, su equipo de gobierno y el partido que lo sustenta albergue temores a la hora de afrontar las consecuencias que se deriven de las reformas que se están aprobando y que son tan necesarias para sacar al país del desastre. El lema de nuestro XVII Congreso nos retrata fielmente Comprometidos con España”.

Mientras otros fueron a Sevilla a preguntarse por su razón de ser como partido y a improvisar ideas de recambio, nosotros fuimos a fortalecer nuestra capacidad de respuesta. Sabemos que por duro que sea el esfuerzo que estamos pidiendo a todos, más duro será no hacer nada. Ya conocemos dónde nos lleva el inmovilismo. Y quienes pongan obstáculos, quienes no arrimen el hombro acabaran solos cuando se queden sin voz mientras empiezan a cosecharse los frutos de la siembra. Porque hay algunos que solo sacan las pancartas, o se suman a ellas, cuando la sociedad les da la espalda en las urnas. El ejercicio de un derecho reconocido en la Constitución, como es el de manifestarse, no invalida la reciente legitimidad del Gobierno y de los millones de españoles que les han votado. Tampoco convierte a los sindicatos en la voz del pueblo, convencidos de que es el tamaño de una pancarta el que ostenta la legitimidad y la represtación del sentimiento de la calle.

Mientras la manifa de la capital la disolvía el secretario de organización de CCOO de Madrid al grito de “Ahora, a tomar cervezas, a vivir y a prepararnos para las movilizaciones del día 29”, otros, como el Ejecutivo de Rajoy, los empresarios que luchan por mantener sus negocios y los trabajadores por no perder su puesto, no tienen tiempo para estas cosas. Ahí radica la diferencia. H