Muchas veces, los padres confunden poner límites a sus hijos con la represión, creyendo que las normas son una coacción a la libertad. Y lo cierto es que una de las labores más importantes como padres es la de marcar unas reglas claras de conducta, que ayudarán a los hijos a guiarse por la vida con seguridad y confianza. Se puede --y se debe-- disciplinar estableciendo unos límites prudentes y razonables, por eso es importante aprender a decir «no», por doloroso y difícil que resulte. Durante el primer año de vida las necesidades y los deseos del pequeño coinciden, por lo que los padres se apresuran a satisfacerlas, sentando de esa manera las bases para la formación de un apego seguro.

Sin embargo, poco a poco los deseos de los pequeños crecen y comienzan a distanciarse de sus necesidades, por lo que es necesario ponerles coto. Es importante tener en cuenta que una educación demasiado permisiva puede torcer la autodisciplina de un niño, pues los padres que son incapaces de decir no suelen tener problemas cuando ese niño se convierte en adolescente.

No obstante, como todo en la vida, tiene que haber mesura, pues demasiadas negativas pueden provocar el efecto contrario, de forma que el niño sienta una constante frustración y desarrolle un comportamiento rebelde. El «no» repetido una y mil veces hará que el pequeño piense que el mundo es un sitio negativo, desarrollando una actitud pesimista.

Por otra parte, el «no» contribuye a que los niños vayan aprendiendo a retrasar la gratificación, una lección importantísima en la vida, puesto que potenciará la tolerancia a la frustración. Así, cuando crezca, aprenderá a tomar decisiones reflexionadas, no actuando por impulsos, pues decirse «no» a sí mismos es una señal de autocontrol.

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)