Casi 500 días después de la desaparición de Diana Quer, el caso se ha cerrado con la detención del presunto culpable, José Enrique Abuín, alias El Chicle, que ha confesado el crimen cometido en Galicia en agosto del 2016. Las circunstancias que han rodeado la tragedia están teñidas del color amarillento de los rumores malintencionados que incluso llegaron a culpabilizar a la víctima o a su entorno familiar. Este es uno de los aspectos que conviene destacar del crimen. Entre las dudas o las nieblas que han rodeado a la muerte de Diana Quer se ha abierto paso una lectura ciertamente machista, que nos informaba de su manera de ser o de vestir, de su vida íntima o de la de sus padres y amigos, obviando que, en cualquier caso de violencia de género el culpable solo es la persona que ejerce tal violencia, sin ninguna excusa que la pueda justificar o atenuar la responsabilidad criminal.

Conviene incidir en un detalle que nos invita a una reflexión profunda. Los delitos relacionados con la violencia de género o machista se reducen, en su apreciación, a aquellos perpetrados en un entorno doméstico, cuando la víctima y el agresor mantienen o han mantenido una relación sentimental o familiar. Casos como el de Diana Quer o el de La manada no entran en esta categoría, aun siendo evidente que el móvil sexual y, por supuesto, el ejercicio de una intolerable superioridad que deriva en violación u homicidio, son factores determinantes en la comisión del delito. La sociedad, cada día más, toma conciencia del problema y es más intolerante con comportamientos de este tipo, pero es necesario llevar a cabo una pedagogía activa en todos los órdenes para dejar claro que el machismo es, en todos los campos (desde las prácticas más usuales e incluso consentidas hasta dramas como el de Diana Quer), un veneno social. La ley debe considerar machista lo que es machista.

También está sobre la mesa el debate sobre por qué un agresor como El Chicle (ahora convicto, pero con antecedentes notables en su pasado) pudo estar todo este tiempo en libertad, aun estando bajo sospecha, e incluso intentar reincidir en un nuevo secuestro, esta vez frustrado. La innegociable presunción de inocencia debe confrontarse a la sensación de inseguridad que esta vez se ha visto ampliada por el largo tiempo transcurrido entre el crimen y su resolución.