Que la rotunda victoria de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE no había acabado con las discrepancias internas no era ningún secreto. La mayoría de los barones regionales, que apoyaron a Susana Díaz, se retiraron a sus cuarteles de invierno y se dedicaron a las autonomías que gobiernan acallando sus voces en lo que afecta a la política general del partido. Ahora reaparecen las divergencias, en unos casos con razón y en otros sin ella. Tienen motivos para la queja los barones en el caso del veto de Ferraz a la candidatura de Elena Valenciano para presidir los socialistas europeos, una postura que contradice los propósitos del secretario general de cerrar las heridas. Tampoco en la polémica sobre la inmersión lingüística en Cataluña están acertados los barones que se han manifestado en contra, porque este tema atañe sobre todo al PSC y, en todo, caso a la dirección nacional del partido.

Otro tema que levanta ampollas es el nuevo reglamento del PSOE, que quita poder a los organismos intermedios para dárselo a los militantes. Aunque es comprensible que a los barones no les guste, es muy poco edificante oponerse a la democratización del partido. Estas escaramuzas tienen poco recorrido a poco más de un año de las elecciones autonómicas y municipales. Se equivocarían gravemente los barones si reabrieran la guerra interna y la división del partido que, si algo necesita, es unidad para acabar con la parálisis en que se encuentra.