La respuesta es la transparencia y una democracia llena de demócratas. Esta, a mi modo de ver, constituye la mejor vacuna contra la corrupción. La mayor operación preventiva contra la degeneración de las instituciones públicas. La irresponsabilidad moral o la indecencia, vengan de donde vengan, pueden y deben ser neutralizadas. Reflexionar sobre una de las principales enfermedades sociales de nuestros días no es fácil. En primer lugar, cabe indicar que solo una porción reducida de la sociedad cruza los lindes de la ley o del comportamiento ético. La impunidad sería el nutriente perfecto para ampliar la dimensión del fenómeno. Por eso el frente penal importa. Pero a la impunidad debemos sumar la relajación social como premisa del caos. Una sociedad que mira para otro lado, convive o minusvalora la acción del corrupto, es una sociedad cómplice. En ocasiones, uno ha tenido por estos parajes la sensación de que este era el espejo que teníamos delante. Castellón ha tenido un despertar lento a las denuncias exclamadas sin eco alguno. Hemos cruzado una travesía larga, sorda y solitaria. No hace falta dar ejemplo ninguno.

Recientemente compartí una reunión de trabajo con la Asociación Transparencia y algunos expertos en prevención del blanqueo de capitales. Coincido en que cualquier pacto contra la corrupción no puede darse exclusivamente en el ámbito político. Deben ser acuerdos gestados en el seno de la sociedad civil y los ámbitos profesionales especializados en la materia. Por supuesto con la implicación de los partidos políticos. La política siempre es parte de la solución, nunca el problema. Puede que cuatro polizontes en el navío de la democracia hayan embrutecido las cosas pero eso no es la política. Eso es delincuencia disfrazada.

Permítanme que destaque dos ideas sencillas pero demoledoras para sanear el sistema. Transparencia y ciudadanía. Tenemos que lograr un modelo de instituciones en el que toda suerte de contratación, adjudicación o presupuesto público pueda ser fiscalizado en todo momento por cualquiera. El trámite de la exposición pública en el tablón de anuncios ubicado en la penumbra del hueco de la escalera, no vale. Las normas y las nuevas tecnologías deben facilitar el acceso directo y en tiempo real a toda suerte de expedientes públicos. Pero nunca será suficiente si no existe una ciudadanía activa dispuesta a querer saber. Dispuesta a asediar la fortaleza, como diría Habermas. Una ciudadanía motivada por los asuntos públicos que acompañe a miles de concejales en la dignísima tarea de mejorar la ciudad y el país. H

*Secretario general provincial PSPV y portavoz Diputación