¡Qué duda cabe que las nuevas tecnologías han supuesto para todos un nuevo horizonte de posibilidades y de recursos! A través de Internet podemos hoy en día realizar compras de todo tipo, revisar nuestras cuentas bancarias, planificarnos viajes hasta el último detalle, contactar en apenas unos segundos con alguna persona que vive a miles de kilómetros de distancia, obtener páginas y páginas de información acerca de cualquier asunto que nos interese y muchas otras cosas que en principio pueden ser positivas y hacer que nuestra intrincada vida nos sea algo más fácil.

SIN EMBARGO, no es la primera vez que algo creado por el ser humano se vuelve en su contra por culpa de un mal uso de ello. Un ejemplo es el cibersexo. El cibersexo incluye cualquier tipo de conducta relacionada con el sexo que se lleva a cabo a través de Internet. Sus límites son muy amplios de manera que una persona puede utilizar la red con fines tan diversos como buscar una pareja sexual ocasional, contactar con agencias de prostitución, visitar páginas con fotos o vídeos pornográficos, participar en chats sexuales, explorar con comportamientos sexuales que no se atrevería a llevarlos a la práctica en la vida real, etc. Ninguno de esos comportamientos tiene por qué ser necesariamente patológico. De hecho se trata de comportamientos muy frecuentes entre nuestra población. Sabemos, por ejemplo, que el sexo constituye el tema más buscado en la red; que la mitad de dinero que se gasta en internet se dirige a aspectos relacionados con el sexo; y que ya en el año 2001 había más de setenta mil sitios sexuales en la red creándose cada día doscientos nuevos. En un estudio realizado en abril de 1998, es decir, hace casi diez años, se evidenció que nada menos que diez millones de usuarios habían entrado en los diez sitios sexuales más populares durante apenas un mes. Y actualmente también sabemos que la industria porno online mueve en el mundo cerca de un billón de dólares.

Cuando descendemos a nuestra realidad y nos referimos a qué es lo que ocurre en nuestro entorno más cercano nos encontramos con hechos como los hallados en un estudio realizado por la Unidad de Investigación sobre Sexualidad y Sida (Unixesida) de la Universitat Jaume I, dirigido por el que suscribe estas líneas. En este estudio se encontró que un 26% de estudiantes universitarios (un 45% cuando nos referimos sólo a los chicos) reconocía haber buscado material sexual en internet con el fin de excitarse y que un 12% (21% si hablamos de los chicos) había participado en chats sexuales. Además, los jóvenes varones manifestaron que de las once horas que aproximadamente utilizaban internet a la semana, casi dos horas las ocupaban en buscar sexo en la red. Estos datos nos alertarían si no fuera porque ya conocemos que la búsqueda de material sexual para excitarse es antiquísima. En efecto, en el año 1994 realizamos otro estudio sobre el comportamiento sexual de nuestra población y encontramos que cerca de un 85% de chicos de 14 años había utilizado revistas o vídeos pornográficos. Y por si alguien está pensando algo así como "¡Dios mío, qué perdida está la juventud hoy en día!", baste decir que la pornografía actual no tiene nada que envidiar a la que había ya cuando nuestros abuelos eran jóvenes, ni tampoco a la que quedó inmortalizada en los frescos de Pompeya hace 2000 años y que nunca ha florecido tanto la prostitución como a finales del siglo XIX en la era victoriana donde el puritanismo y la doble moral fueron tan importantes.

Decíamos antes que el hecho de entrar en internet con fines sexuales no tiene por qué ser necesariamente patológico o anormal. No hay ningún estudio que demuestre que un uso esporádico de la red con estos fines lleva a ningún tipo de trastorno. Así que no hay que satanizarlo. Esto ya se intentó con la masturbación hace mucho tiempo hasta que se comprobó científicamente, con gran júbilo para todos o casi todos, que por masturbarse uno no podía quedarse ciego ni se le secaba el cerebro.

Pero también sería imprudente ocultar que el cibersexo puede conllevar ciertos riesgos. En primer lugar, todos los riesgos que se derivan de la adicción a esta actividad. El cibersexo puede llegar a crear adicción al igual que lo hacen otras muchas sustancias. De hecho, desde el punto de vista técnico podemos decir que existen adicciones químicas, en las que lo que está en juego es el abuso de sustancias como el alcohol, la cocaína o las drogas de síntesis, por poner algunos ejemplos; y también, están las adicciones no químicas o adicciones psicológicas entre las cuales conocemos la adicción a las compras, a los teléfonos móviles, el juego patológico, etc. Casi siempre solemos pensar en el abuso de sustancias cuando hablamos de adicciones pero hay que saber las del segundo grupo pueden llegar a ser muy preocupantes.

¿QUÉ ES lo que diferencia una adicción al cibersexo de un uso esporádico de internet con fines sexuales? En primer lugar, la persona que tiene una adicción muestra una cierta compulsividad, es decir, pierde la capacidad para elegir realizar ese comportamiento o no hacerlo; pierde su capacidad de controlarse. En segundo lugar, la adicción lleva a que ese comportamiento se mantenga a pesar de que existan consecuencias adversas para la persona como problemas de pareja, coste económico, etc. En tercer lugar, el adicto vive obsesionado con esta actividad, le ocupa mucho tiempo en su mente, está deseando llegar a un ordenador para conectarse a la red. Finalmente, hay otras cuestiones que caracterizan al adicto al cibersexo como una alta frecuencia en este comportamiento, la interferencia en su vida, la necesidad de aumentar cada vez más la intensidad de su comportamiento sexual en la red y el síndrome de abstinencia cuando no tiene posibilidad de llevarlo a cabo.

El formato o las características de internet ayudan a que el cibersexo sea tan adictivo. Internet permite realizar los comportamientos sexuales más deseados bajo un completo anonimato, lo que evita el miedo al rechazo.

Además hace que sea fácilmente accesible cualquier imagen que refleje las fantasías sexuales más recónditas e inconfesables. Su coste económico es bajo y resulta cómodo ya que puedes hacer todo esto sin ni siquiera tener que salir de casa. Todo ello facilita que muchas personas puedan encontrar en el cibersexo un modo de escapar de su tensión psicológica o sus problemas cotidianos. A través de internet una persona puede mantener u observar su mayor fantasía sexual, puede explorar nuevos comportamientos sexuales, puede modificar su orientación sexual o hacerse pasar por alguien del otro sexo: internet ofrece multitud de posibilidades que, no obstante, pueden conllevar un cierto riesgo en la medida en que apartan de la realidad a la persona que no tiene otro tipo de información sexual o de relaciones sexuales fuera de la red. Y esa persona puede acabar creyendo que la sexualidad es algo tan pobre, limitado y prosaico como lo que aparece en sus sitios sexuales.

Pero, además de las características formales de internet que facilitan la adicción, también es cierto que algunas personas tienen un perfil que les puede hacer más vulnerables a la adicción al cibersexo. Sabemos por ejemplo que los individuos con baja autoestima, con disfunciones sexuales, con problemas de imagen corporal y que presentan otras adicciones tienen un mayor riesgo de desarrollar la adicción al cibersexo. En resumen, sobre todo aquellas personas que se sienten angustiadas a causa de su inseguridad o sus temores frente a las relaciones sexuales "reales" con personas "reales".

¿Cuán frecuente es la adicción al cibersexo en nuestra sociedad? Existen muy pocos trabajos científicos en nuestro país sobre este tema. En el estudio que Unisexsida ha realizado en la Universitat Jaume I, un preocupante 4% de los jóvenes (8% de los chicos) manifiestan que pueden tener un problema de adicción al cibersexo, lo que parece una cifra suficientemente importante para comenzar a preocuparnos por esta nueva droga.

EN CUALQUIER caso, adicción o no, lo que parece claro es que internet está modificando nuestros patrones de comunicación, nuestras relaciones interpersonales, nuestro modo de desarrollarnos y de crecer como personas y también, quién sabe, nuestra propia identidad. En este sentido, la sexualidad no es más que la punta del iceberg. ¡Pobre Aristóteles! Él no habría podido imaginar jamás que aquel hombre del que él afirmó que era ante todo un "animal social", se convertiría 2.500 años después, en un "animal cibernauta" que podría satisfacer muchas de sus necesidades sociales y afectivas delante de la pantalla de un ordenador. La cuestión a reflexionar por parte de todos es si es ése el tipo de individuos y de ciudadanos que queremos para nuestra sociedad del futuro.

Profesor de la UJI.