A quienes hemos vivido, ni que sea temporalmente, en Barcelona, el atentado del pasado jueves en la Rambla nos duele, nos toca de cerca. Llena de dolor recuerdos y momentos entrañables de nuestra vida y de la de nuestra familia. Nos inspira compasión por las víctimas y nos llena de repugnancia hacia los autores de esta barbarie.

El terrorismo islamista no es un fenómeno coyuntural, sino una plaga que se ha instalado hace tiempo. Puede que anestesiados por la islamofilia, o disuadidos por la islamofobia, seamos incapaces de ver la magnitud del problema.

Hemos de tomarnos las cosas en serio y actuar. Con prevención y anticipación. Los yihadistas que vuelven de Siria e Irak, deben ser aislados de la sociedad después de serles retirado el pasaporte. Las fronteras europeas deben vigilarse a pesar de los dogmas suicidas de los buenistas. Las redes sociales deben ser controladas. Las relaciones diplomáticas con los países musulmanes cómplices ideológica o financieramente del islamismo, deben revisarse.

Hay que seguir con medidas estratégicas, comenzando por una educación intransigente sobre los valores democráticos. El Islam en la Europa democrática, debe parecerse a la Europa democrática y debe ser compatible con las ideas éticas y filosóficas de Europa. El Islam Wahabita y de los talibanes, no debe propagarse en mezquitas de garaje por imanes yihadistas incontrolados.

Esto necesita también de un esfuerzo por parte de los musulmanes que viven pacíficamente en Europa y que no se reconocen en este Islam de burkas y atentados.

Es a ellos a quienes corresponde la tarea histórica de purgar el Islam de su escoria y de su necrosis. Un aggiornamento no es sólo deseable, sino urgente. La secularización del Islam es posible con la condición de liberarlo de los dogmas de la tradición desviada y volver a la Gran Tradición, al Islam de Averroes, que ha defendido durante siglos la distinción entre lo temporal y lo espiritual.

Si reculamos en términos de libertad, los terroristas habrán vencido; pero no hay que olvidar que la ‘seguridad’ es igualmente un ‘derecho humano’, de los más preciados. Todos los filósofos contractualistas como Hobbes, Locke, Kant o el mismo Rousseau ponen en el corazón del contrato social la seguridad y la libertad.

La libertad no tiene ningún sentido sin la seguridad. El Estado debe asegurar la libertad de cada uno dentro de la seguridad de todos. Un Estado que no está en condiciones de garantizar la seguridad a sus ciudadanos pierde su legitimidad. La violencia legítima estimada por Max Weber es monopolio del Estado y se debe hacer uso de ella sin complejos.

Nos jugamos la pervivencia de nuestra propia sociedad democrática, en tanto que sociedad de derecho, en tanto que civilización, en tanto que modelo de sociedad basado en la tolerancia, en el humanismo de la Ilustración, en la alteridad y en la convivencia.

*Vicepresidente de la Diputación