Castellón vivió una nueva manifestación histórica este fin de semana. Los sindicatos volvieron a movilizar a miles de personas en defensa de los servicios públicos. Una marea humana conformada por ciudadanos y trabajadores conscientes del impúdico alcance de los acuerdos que está adoptando el gobierno del PP. También se constata en el paisaje humano de estas manifestaciones la presencia de familias enteras en la que es una respuesta cívica intergeneracional.

No somos una sociedad que se movilice con facilidad. Más bien nos hemos caracterizado por una capacidad considerable de acumular resignación. Un género de seminfotisme valenciano nos ha retenido casi siempre en casa. Ausentes y conformistas por más gruesas que fuesen las noticias sobre episodios registrados de corrupción. Pero la tragedia de hoy desborda el dique mental existente. Llega un momento en el que, de repente, una suerte de efecto mariposa desencadena una conciencia latente de dignidad colectiva. Surge en la consulta médica o en la puerta de un instituto de bachiller y puede acabar alcanzado los palacios del poder.

En esta secuencia de manifestaciones que estamos viviendo, gente de la más diversa procedencia exclama frases y rotula carteles cuyo sentido resume a la perfección el signo de un tiempo. Menos corrupción y más educación es el tenor literal del grito de miles. Se establece una conexión directa y nítida entre el aquelarre especulador de un poder engolfado y el abandono de las políticas sociales que sujetan la cohesión y el bienestar de la gente.

Los castellonenses y los valencianos hemos vivido los peores recortes en todo aquello que habíamos conquistado durante años. Paralelamente, el gobierno popular ha malgastado cifras astronómicas en eventos que han enriquecido a personajes cuya calaña indeseable nos avergüenza a todos. Hoy, tristemente, decir que eres de Castellón fuera de aquí, maldita sea, motiva toda clase de chistes despectivos por culpa de quienes han gobernado cual nuevos ricos carentes de rigor y sentido moral. La historia emitirá un dictamen severo cuando la perspectiva del tiempo nos libere de tanta propaganda y manipulación de la verdad.

Y esa perspectiva, amable lector, emerge. Va emergiendo. Asoma por mor del aleteo leve que se torna marea y la versión marginal de unos pocos crece y multiplica su fuerza. Decenas de miles de manifestantes en las calles de Castellón y en infinidad de municipios valencianos ofrecen el testimonio de que las cosas están cambiando. Cambian en la conciencia individual y colectiva. Cambian en la espontaneidad y en la voluntad de la gente anónima. Es ahí, por qué no decirlo, más allá del papel de los partidos políticos, donde anidan las genuinas transformaciones sociales. Por eso, y a pesar del drama social que vivimos, resulta esperanzador escuchar las gargantas de miles de ciudadanos que no se rinden y que no están dispuestos a vender su dignidad. Como decía Neruda: “y en el fondo del abismo, fundas la esperanza”. Este es el fotograma de hoy en la Comunitat Valenciana y, por supuesto, en Castellón.

No podemos caer más bajo. No se nos puede hundir más. Pero, con todo, sabemos que podemos hacer las cosas de otra manera y estamos dispuestos a pelear por ello. H