Uno de los clásicos en la época estival son los amores de verano. Ante el fenómeno, cada persona tiene su propia percepción y sensibilidad. Normalmente es una emoción que entra sin avisar, intensa y que suele apaciguarse con el tiempo.

Existen tres síntomas característicos del enamoramiento: la idealización de la otra persona, la admiración que sentimos hacia ella y la sobrevaloración de sus características positivas, que hace que nos volvamos ciegos a los posibles defectos. La vida del recién enamorado girará en torno a cuándo se producirá el próximo encuentro con la persona amada, sin importar el esfuerzo o sacrificio que esto suponga. En esta primera fase se potencian las emociones y se disculpan los defectos del otro, aunque con frecuencia con el paso del tiempo estas peculiaridades acaban convirtiéndose en una molestia. De ahí la conveniencia de reflexionar para comprobar si las expectativas depositadas en el otro se pueden cumplir. Durante el periodo que transcurre entre el flechazo y el amor es esencial abrir bien los ojos pues la idea de un amor ciego puede resultar fascinante, pero conlleva sus peligros. No se puede amar lo que no se conoce, por lo tanto hemos de intentar profundizar en el interior de la otra persona.

Por todos estos motivos, es aconsejable estar alerta y observar si nuestra pareja tiene las características que priorizamos en nuestro hipotético amor ideal. Llegados a este punto, ¿es el enamoramiento una situación duradera o pasajera? La persona más romántica defenderá la situación como ideal, deseable y perenne, pues nada hay en el mundo más placentero como la felicidad que genera la pasión amorosa correspondida. En cambio, el escéptico, argumentará que es una situación pasajera y raramente duradera.

*Psicólogo clínico

(www.carloshidalgo.es)