Todos los partidos, tanto los clásicos PP y PSOE como los recién llegados Podemos y Ciudadanos, conciben la cita de hoy como unas primarias de las generales de otoño. Si bien están en juego 13 autonomías y más de 8.000 municipios, el 24-M pone a prueba el empuje de las fuerzas llamadas emergentes, la magnitud real del retroceso del PP de Mariano Rajoy y la solidez de la recuperación del PSOE de Pedro Sánchez. No es seguro que hoy se empiece a cavar la tumba del bipartidismo, pero sí es probable que los nuevos actores sean decisivos para configurar mayorías de gobierno.

Que los votantes nieguen la mayoría absoluta a sus gobernantes no debería ser percibido por estos como un maleficio, sino más bien como una bendición. Todos los partidos deberían descifrar el mensaje del electorado: la inteligencia que le ha faltado a la clase política -incapaz de respetar y reforzar los equilibrios institucionales, imprescindibles en democracia- nos sobra a los ciudadanos, que preferimos repartir el poder que depositarlo en unas solas manos.

Si el primer deber de nuestros representantes es entendernos, el segundo es entenderse entre sí. La pluralidad no puede estar reñida con la gobernabilidad, ni el interés de los ciudadanos, supeditado al tacticismo.